jueves, 27 de septiembre de 2012

De entrenadores y camiones cisterna (o más bien en orden inverso)

Hace ya años (hasta que pusieron aspersores y un cañón de agua en el centro), tras el tercer toro salía muchas tardes al ruedo de las Ventas del Espíritu Santo un camioncito que regaba el albero. El camión,  chiquitito y cabezón, blanquito y con cara de niño, era algo así como un bonsai de Pegaso, un alevín de Barreiros, una cría de de camión cisterna. El camioncito de riego era un camión cortito y con pinta de bueno que a los que visitaban por primera vez las Ventas les producía una medio risa y al que público habitual ya había cogido cariño. Ahí sale el camioncito, míralo qué mono, como riega el tío, decía la gente. Qué bien riega para lo chico que es, mira que es majo el camioncito, dan ganas de darle un pellizco y regalarle una piruleta de aceite Penzoil, se oía en tendidos, gradas y andanadas. El camioncito de riego era parte de la plaza como era el torilero vestido de luces con las piernas arqueadas, como lo era aquel sordomudo que acompañaba a los toreros cuando se iban y de cuyo nombre no hay forma de acordarse, como lo era el gran Joselito Calderón, Salva, Rosco o tantos otros. El camioncito cisterna de las Ventas era todo un personaje y ay de aquél que hiciera una burla a su salida entre aficionados veteranos. Pero bueno, pero Vd por quién se toma, el camioncito es familia nuestra, retire ahora mismo eso de que parece un motocarro con bombona de buceo o se las verá conmigo, con este señor de aquí que es de Valladolid y con ese de más allá, que es quinto dan de varias artes marciales y además le acaban de hacer una inspección de Hacienda y está el hombre que trina, oiga.  

La gente veía el camioncito como una mascota mecánica con un papel superficial en la Fiesta, pero el camioncito, orgulloso, seguro y flamenco, no se veía así. El camioncito sabía de su tamaño utilitario, sabía que por autopistas y comarcales circulaban grandes camiones cisterna llenos de productos tóxicos y con potentes faros halógenos que ser reirían al verle, pero eso no achicaba su espíritu indomable. El camioncito de riego no se arrugaba al salir a un coso con veinte mil personas mirando su porte de utilitario, sus faros con pestañas rizadas y sus chorritos de agua, y sabía que esa presión no era algo que todo el mundo pudiera soportar. El camioncito de riego era valiente y decidido como Little Toot, el pequeño remolcador de Disney de chimenea rojiblanca que ayudaba a su padre - sin mucho éxito - a remolcar inmensos transatlánticos hasta convertirse en héroe rescatador, do or die, y sabía que su momento de gloria llegaría.

El camioncito de riego soñaba y soñaba un sueño recurrente, un sueño en el que él salía al ruedo a regar entre las sonrisitas de los turistas cuando, sin previo aviso, se escapaba del toril un torazo, un miura de esos largos, castaños y agalgados, o un pablorromero colorao ojo de perdiz  de los antiguos, de los que embestían, o quizás un toro portugués de esos cornalones que aprendían rápido. El toro hacía sembrar el pánico entre los areneros, que tomaban el olivo, y los matadores, que bebían agua y hablaban con los apoderados en el callejón aprovechando el descanso. Todos corrían buscando capotes  con los que poner orden y quitar al toro que, al galope, hacía ya suyo todo el ruedo, amenazaba burladeros y levantaba uys y oohs y ojooooos de los tendidos. Entre el desconcierto nadie se acordaba del camioncito de riego que, sólo en el centro del redondel, se encontraba cara a cara con el toro. El pánico se apoderaba del público ante la tragedia inminente, ante la segura cornada letal al pobre camioncito a ojos de todos y sin mecánico de guardia. Pero entonces, para asombro de todos, el camioncito cortaba los chorros de riego y se acercaba al toro despacio y de frente, mirándole a los ojos con los faros encendidos. El pánico del tendido tornaba en sorpresa y, la sorpresa, en silencio e interés. El camioncito de riego, parecía acercarse al toro estudiando su mirada, poco a poco, quizás adornándose, buscando su  terreno.

En un momento determinado, elegida la distancia, el camioncito de riego tocaría levemente el claxon, dando el toque necesario para el arranque del rival. A partir de ahí, la apoteosis. El camioncito de riego soñaba con cambios cortos de marcha y velocidad para engañar al toro y hacerle ir por donde él quería, en sabias decisiones sobre los terrenos de lidia, en un trasteo inicial para hacerle bajar la cabeza seguido de hondas tandas templadas con el retrovisor izquierdo, para después iniciar fases de estatismo suicida con los neumáticos atornillados en la arena hasta doblar la voluntad del enemigo. A estas alturas la plaza era un clamor de olés y torero-toreros, un hervidero de abrazos y palmas, de aficionados de tronío levantándose con los brazos abiertos al cielo. En un momento dado el camioncito de riego se plantaría ante al toro ya agotado, se pondría frente a él, levantaría levemente la cabina accionando el freno de mano, lanzaría dos ráfagas de largas y tocaría de nuevo levemente el claxon para, provocando la arrancada del bicho, asestarle al volapié un manguerazo ortodoxo en lo más alto. El toro se desplomaría empapado, la plaza lanzaría un grito unísono, los tendidos se llenarían de pañuelos blancos y las mulillas, en el sueño tres curvilíneas vespas, dos grises con otra blanca en medio, se llevarían al toro entre el trueno de veinte mil gargantas. El camioncito cisterna recibiría trofeos de mano de un alguacilillo e iniciaría una vuelta al ruedo clamorosa de la que se hablaría mucho tiempo, llevando en el puesto reservado al Muñeco Michelín en los Pegasos de leyenda, ni más ni menos que a su ídolo César Rincón, gigante colombiano  (otro más), quien, en gesto taurino y diesel, se acercaría al camioncito al final de su faena entregándole en homenaje sus propios trastos de matar y un juego de llaves de bujía fabricado en Solingen, Alemania.

Al camioncito de riego, tan pequeño, tan frágil en apariencia pero tan valiente en realidad, algunos le llamábamos "Juninho".
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Vaya por delante que uno, que pretende no hacer ya crónicas sino algún articulillo de vez en cuando si es que el tiempo y la autoridad no lo impide (y a pesar de que toquen los Jayhawks), entiende el cabreo del aficionado bético con el partido de ayer. Lo primero, por haber sido postpuesto casi unilateralmente para que pudiera jugar entre otros Falcao, a la postre decisivo. Lo segundo, porque si la primera roja pareció exagerada, la justicia habría hecho que quizás la segunda de la noche fuera para Filipe Luis. Con penalti a favor y las fuerzas igualadas, quizás el Betis habría empatado el partido y hoy la sensación sería diferente. Aún así, el que suscribe piensa que el Atleti fue mejor y mereció ganar por haberlo buscado más, por haber dominado el partido, por haber encajado dos goles tontos (uno de ellos de chamba) y haber podido marcar algún gol más. Curioso este deporte donde una injusticia arbitral contribuye a veces a la justicia (discutible) del resultado.
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Si uno ve al Atleti de los últimos partidos e intenta recordar el Atleti de hace un año más o menos, advertirá gran cantidad de diferencias. En ese Atleti estaba Diego, que aún casi no jugaba, y estaba Falcao, que despertaba muchas dudas. Estaba Mario y con su desidia y falta de sangre estaba todo el mundo desesperado; estaba Juanfran en el banquillo esperando jugar de extremo, estaba Koke pero no daba el paso, estaba Adrián buscando su sitio y Arda buscando su ritmo. Estaba Luis Filipe, por aquél entonces Filipe Luis Filipe, trotando sin energía por la banda izquierda, y estaba Miranda intentando convencernos de que era jugador de fútbol, algo complicado al lado de un Godín fallón y desfigurado. Estaban pues muchos de los que aún están, pero no estaba uno: Simeone.

Que el Atleti es ahora eso que venimos llamando un equipo de fútbol es algo que nadie discute. Que una de las claves de ello - sino la clave principal - es que al mando está Simeone tampoco. Con trabajo y con carácter, Simeone parece haber sacado un equipo y medio largo de allí donde Manzano sacó cuarto y mitad, siendo generosos. No es ahora frecuente ver lo que antes era regla, es decir,  jugadores pusilánimes, perdidos, sin presión por hacerlo bien, conscientes de que nunca pasa nada y de que nadie les afeará un partido cochambroso. Ahora, los que nos desesperaron muchas tardes (Mario, Filipe Luis, Miranda, Godín, incluso Gabi), salen con las cosas claras, la atención fijada en el partido y la concentración al máximo. Los que parecían no poder llegar, como Koke, parecen haber llegado para quedarse y para crecer, mientras que los llamados a marcar la diferencia como Falcao y Arda, la marcan y cada vez más. Hasta Adrián, en horas bajas, parece haber entendido que aquí nadie tiene el puesto ganado y que si Diego Costa, que también nos desesperó cuando directamente no nos hacía reír, merece más salir por estar cumpliendo con su misión, no hay más que hablar.

La sensación que transmite la plantilla es que se fía de Simeone, de sus métodos, de sus mensajes y de sus ideas. Probablemente hayan adquirido un compromiso más profundo al ver que el más comprometido de todos es el propio técnico; quizás se empleen más en los entrenamientos al ver que el que más en forma está sea probablemente Simeone. Simeone no parece pedir nada que él mismo no esté dispuesto a hacer, algo esencial para que un grupo crea en su líder. Por ello, probablemente sea más fácil estar del lado del corajudo Cholo cuando vienen mal dadas y él reclama la culpa que del bronceado Gregorio cuando éste señalaba jugadores tras las derrotas. Para un jugador será más fácil asumir su suplencia o su falta de protagonismo si éstas responden a criterios objetivos, medidos en partidos y entrenamientos, que si corresponden al capricho del entrenador, como ocurría en los oscuros y abrigados tiempos de Quique Sánchez Flores, rey de las sensaciones (sobre todo térmicas). Simeone trata a sus futbolistas como futbolistas, como compañeros y como profesionales y estos responden y están a la altura o desaparecen del grupo, como es de ley.

Al lado de Simeone en el banquillo hay otro personaje interesante, probablemente más importante de lo que pensamos. No hablamos del gran Juan Vizcaíno, sino del Mono Burgos, inseparable segundo del Cholo, siempre con su perilla y su libreta y su sonrisa. Dicen los que saben de esto que el papel del Mono Burgos, responsable de mantener el buen ambiente y la camaradería, limador de asperezas y reductor de problemas, es fundamental. Del carácter simpático del Mono todos teníamos constancia ya desde jugador; de su valor como complemento sensato del volcánico Simeone, no. Tienen suerte el Cholo Simeone y el Mono Burgos de haber hecho carrera en el fútbol, o más bien tenemos suerte el resto. Por porte, cara y envergadura, el Cholo y el Mono habrían podido ser una excelente pareja de ajustadores de cuentas en el hampa de cualquier país o en las películas de varios directores de Hollywood. El Mono y el Cholo podrían haber sido una pareja de leyenda cobrando deudas a morosos, exigiendo el cierre de locales, recogiendo pedidos sospechosos o haciendo ofertas de esas que no se pueden rechazar. La sola idea de oír el timbre a medianoche y ver por la mirilla el rostro craterizado del Cholo y la melena del enorme Mono darían a cualquiera unas ganas inmensas de devolver el dinero prestado con sus intereses y todo, de dejar en paz a la hermana de cualquiera de ellos o de abandonar el negocio del reciclaje de basuras en los barrios que la pareja determinara. Por suerte, el Cholo y el Mono no se dedican a la extorsión y la venganza sino a las variantes tácticas, las jugadas ensayadas y la rotación de mediocampistas. Bajo el nombre de Simeone y Burgos, nombre de pareja de abogados bonaerenses o detectives de la Plata, dirigen al Atleti hacia lo que puede ser el reencuentro con su pasado como equipo de fútbol. Hemos tenido suerte.

Volviendo al titular del banquillo, Simeone no sólo ha garantizado el compromiso de la plantilla sino que ha dejado claro a los jugadores en qué equipo juegan, qué camiseta llevan, qué afición tienen detrás, cuánto valen esas rayas y ese escudo del pecho. Simeone, como se hacía antes, va a casa de los equipos modestos con el equipo suplente, y éste responde al completo porque Simeone les ha convencido de que son el Atleti de Madrid y que con eso casi debería bastar. Simeone además ha dejado claro que se fía de ellos y que todos pueden entrar en el equipo titular porque todos valen si todos trabajan. Simeone, que conoce a futbolistas y grada, cambia en casa al jugador que hizo un buen partido para que reciba el aplauso del estadio y hace jugar fuera del Calderón a algunos jugadores injustamente tratados, a la espera de que acumule unas cuantas buenas actuaciones antes de volver a casa y disuadir así a los críticos con argumentos, tiempo y hechos. Simeone habla en rueda de prensa de aquél que tuvo un fallo y se rehizo o de aquél que no lució por hacer trabajo de equipo, y eso lo valora la plantilla más que el oropel fácil del entrenador señala-estrellas. Simeone, que ha sido futbolista no hace tanto, sabe de futbolistas y siente lo que ellos, por lo que los maneja con un respeto y una inteligencia que hacía tiempo no veíamos por el Calderón.

Y aquí hay uno de los puntos que más sorprenden. El Simeone jugador era un tipo bronco y a ratos desagradable, todo corazón para los suyos y todo rabia para los rivales. Muchas veces nos alegramos de que Simeone estuviera en nuestro bando y muchas veces entendimos a aquéllos rivales a los que Simeone inspiraba odio. Sin embargo Simeone, jugador de gestos feos a veces rayanos en la antideportividad, es un entrenador elegante y un tipo ponderado en rueda de prensa. Simeone viste traje oscuro, corbata estrecha y zapatos grandísimos y, tras dar gritos de hincha corriendo por la banda, obliga a sus jugadores a hacer el pasillo al rival vencido como si de rugby se tratara. Simeone elogia a los equipos contrarios antes y después de los partidos y da una imagen excelente cuando se cruza con los entrenadores rivales. Simeone, que conoce a la grada como si fuera parte de ella (y ahí está el secreto), pide con gestos respeto para los jugadores que pasan un mal rato y reparte piropos a partes iguales para que nadie se sienta menospreciado. Sólo choca de Simeone el confuso episodio de Pantic, que dio al traste con el sueño de muchos de nosotros de ver al equipo del Doblete al completo llevando la parcela deportiva del Atleti; eso sí, viendo cómo actúa en lo demás, uno le otorga el beneficio de la duda.

El Atleti va segundo y juega como un equipo; en esta situación parece fácil hablar bien de Simeone. El Atleti ha tenido también esa suerte que antes no tenía, esa fortuna que le ha evitado acabar perdiendo tras los minutos de pájara que han embarrado cada actuación desde Mónaco y en ocasiones, además, ha tenido el viento de silbato a favor. Ahora es fácil hablar bien de Simeone, claro, pero hay quien lleva hablando bien de él ya muchos meses, no es cosa del último día. Llegarán tiempos peores, claro, llegarán puntos perdidos y la bajada en la clasificación, y también entonces, si las cosas siguen haciéndose como ahora, estaremos del lado de Simeone. Al lado del Cholo Simeone, del entrenador que por fin ha convertido un grupo sin norte en un equipo de fútbol, al lado del entrenador que ha devuelto la dignidad a un banquillo demasiadas veces ensuciados y la esperanza a una hinchada a la que comprende y a la que, alabado sea Gárate, pertenece. 

sábado, 1 de septiembre de 2012

Sufridos Supercampeones


El 31 de Agosto de 2012, viernes de tiempo variable tirando a fresco, la afición del Club Atlético de Madrid, vulgo Atleti o Aleti, se disponía, como siempre, a sufrir. Bien es sabido que la afición del Atleti es, por definición, naturaleza y necesidad, sufridora. Así lo afirman periodistas, vecinos, analistas y aficionados de otros equipos, sobre todo aquellos que siguen a los suyos únicamente los lunes por la mañana y siempre y cuando hayan ganado, que es lo que les gusta. Que el seguidor atlético es sufridor es algo que se asume como normal y cotidiano, tan normal como que al abrir un grifo sale agua, tan normal como que cuando se abren los ojos se hace la luz, tan normal como que cuando Cerezo abre la boca sale un error sintáctico, un chascarrillo torpe o un disparate solemne, incluso todo a la vez. Es normal, lo normal, los del Atleti son sufridores; es lo normal, lo ha dicho la tele, lo ha dicho la radio, lo ha dicho la Señora Rushmore, lo ha dicho ese señor periodista de ahí que intenta, sin lograrlo, hacer la o con un canuto.

La sufrida afición atlética se disponía, decíamos, a pasar las de Caín. Unos, con las ganas de sufrir subidas, se dispusieron a pasar unos días en la Costa Azul, un sitio en el que como todo el mundo sabe lo suyo es sufrir de lo lindo apartando yates y coches deportivos. Otros, más modestos en su afán sufridor, prefirieron ver el partido sufriendo en compañía de amigos en bares y boites, intercalando tercios de cerveza fría entre sufrimiento y sufrimiento para hacerlo más llevadero. ¿Quiere Vd otra cerveza? Sí, gracias, esta ya se me ha calentado un poco y eso me hace sufrir una barbaridad, casi hasta la úlcera. Si acompaña Vd la cerveza con unos berberechos y unas patatas fritas, ya podríamos decir sin temor a equivocarnos que estaremos sufriendo como Dios manda, con un sufrimiento negro y desgarrado, un sufrimiento bíblico, el sufrimiento que nosotros nos merecemos, nosotros, Sufridos Seguidores, aquéllos de los que los aficionados de los demás equipos hacen chanzas cuando nos empatan.

Un tercer grupo de sufridores, entre los que se encuentra el sufrido suscriptor que siempre estará a su servicio cuando se trate de sufrir lo inaguantable – a condición de que no sea ayudando en una mudanza en domingo - prefirieron sufrir en casa propia. Unos tenían pensado acudir a domicilios cercanos al Muro de las Lamentaciones, otros prefirieron terraza en olivar almeriense. Servidor de Vds, sufrido seguidor y además miope y sin suerte en los juegos de naipes, tenía previsto ir a ver el partido in situ, sufriendo ya desde el día antes y sufriendo luego durante el fin de semana a fuerza de comida italiana en terracita, cerveza de media tarde en plaza con cañito de agua, paseo por pueblos de montaña y playas mediterráneas. Vamos, lo que viene siendo un sufrimiento-sufrimiento, un sufrimiento de los nuestros, de los de toda la vida, un sufrimiento atlético, vaya. Por motivos que no vienen al caso, en el último momento tuvo que cambiar ese sufrimiento viajero por un sufrimiento más modesto, un sufrimiento de tercera división, un sufrimiento casi vergonzoso. Vestido con la ropa de sufrir muchísimo y ante una televisión monumental, el que suscribe, como tantos otros sufridores, se dispuso a sufrir en compañía y a acentuar el sufrimiento con instrumentos de auto tortura tales como la cerveza helada, la anchoa de Santoña, la cecina de León, la patata frita La Azucena, la torta regañá, el pico jerezano, el jamón ibérico y el queso curado. Un panorama desolador y descarnado, ya ven.  

Salió el Atleti al campo y lo hizo con pantalón rojo, y ahí supimos todos que la noche iba a ser dura, el futuro aciago y la fortuna esquiva. El Atleti iba a sufrir e iba a sufrir de lo lindo. Empezó a sufrir ya cuando a los tres minutos Falcao, fuente inagotable de sufrimiento para la parroquia, estrelló un balón en el larguero. El sufrimiento se hizo casi insoportable cuando, tras marcar con habilidad y clase un gol en el minuto 7, Falcao volvió a marcar con un zurdazo impresionante que recordó a un gol de Bucarest en el minuto 19. Cero dos al minuto 19, jugando como los ángeles y con un tipo en asombrosa racha goleadora, ¡qué sufrimiento! ¡qué ignominia! ¡qué bien puesto ese sambenito tan nuestro del sufridor! ¡qué gran idea tuvo el inventor de la cecina olvidándose ese trozo de carne al aire serrano!

Mientras la parroquia atlética sufría lo indecible, en el otro extremo de la capital muchos seguidores de un equipo que al parecer no hace sufrir nunca reían con risa idiota de comentario de Internet, la ciber-célebre risa jajajá. Mirando de reojo el televisor, algunos reían pensando cómo incrementar el sufrimiento del ya sufrido seguidor sufriente del otro lado de la ciudad. “No os va a durar nada éste, jajajá”, decían mensajes y sms enviados a los vecinos que en ese momento sufrían con la exhibición de su equipo. “Éste está ya vendido, jajajá”, decían los que nunca sufren y están por encima del bien y del mal aprovechando el sufrimiento del vecino, a esas alturas abrazado ya hasta al perchero en cada jugada de ataque del Atleti. Los mensajes, analizados por psicólogos, confirmaban la teoría de que es mucho más desgraciado el presunto triunfador que no deja escapar ninguna ocasión para intentar hacer más infeliz al que podría amenazar su situación que aquél que sólo se preocupa de su propia suerte; empero, esta escuela psicológica no parece tener demasiado predicamento entre los lanzadores de sms del género jajajá, estilo que triunfa en el ciberespacio en estos días.  

Continuó el partido y aquello era algo insoportable ya. Falcao, ese sádico, volvió a hacer sufrir a la parroquia con un tercer gol, esta vez a pase de Arda Turan. Arda Turan también se sumó a los esfuerzos de Falcao para maltratar a la afición desesperada con un partido para recordar, con un recital de posesión del balón e inteligencia para desesperar al rival. Arda Turán hizo una jugada merecedora de que su pueblo natal se hermanara en ese momento con Fuentealbilla, Falcao marcó su tercer gol de la noche y la grada, bares y hogares rojiblancos fueron un mar de lágrimas y flagelaciones. En ese momento durísimo, que coincidió con el final del primer tiempo, la afición compartió impresiones y llegó a la conclusión de que hacía mucho, muchísimo tiempo que no se veía a un equipo jugar así 45 minutos, con esa mezcla de intensidad, agresividad, cabeza y planteamiento táctico brillante que mostró el Atleti. La afición habló del buen partido hasta entonces de Mario, de nuevo a un nivel mucho más alto en un partido importante que en partidos menos comprometidos, y del gran partido de Koke, que ayer cosió varios galones a sus mangas gracias a su movilidad, clarividencia y apoyo a Turán. Habló también del buen partido de los centrales, rápidos y contundentes, y del poco trabajo de Courtois. De lo bien que hicieron los laterales lo que tuvieron que hacer y del carácter de Gabi, capitán de todos. Todo esto hablaba la afición en medio de un sufrimiento horroroso, de un mar de lágrimas, de una pena honda y oscura que contrastaba con la alegría de los Mensajeros Jajajá, que en semejante momento reían jajajá recordando que Falcao está vendido jajajá, que la Supercopa no es más que un torneíllo de verano jajajá, y que hasta en estos momentos en los que las personas normales se callan o no dan la tabarra ellos mandan mensajitos que para eso son triunfadores sin complejos jajajá, jajajá, jaja já-já-já.

El Atleti jugó un segundo tiempo con ya poco interés, visto lo visto. Salió el Cebolla y uno decidió, tras su partido y lo visto contra el Athletic, que el Cebolla será su ojito derecho de este año, ya verán Vds, oiga. El Atleti siguió intratable, Miranda marcó un cuarto gol y el Chelsea ni podía ni parecía querer remontar y evitar así el sufrimiento ilimitado de la afición colchonera, que a esas alturas cantaba y cantaba fados, tarantas, martinetes y otras tonadas tristes y desgarradas. El Atleti, para colmo de males, recibió un gol de Cahill, pronuciado Keigil; bien es sabido por los atléticos que, cuando todo va mal, llega un Gil y lo empeora. La situación era pues dantesca: el Atleti ganaba 4-1 arrasando al Campeón de Champions ante el planeta entero, mostrando un juego completísimo y apabullante, liderados por un turco que, de tener ojos de huevo, sería hoy considerado el mejor media punta planetario y por un colombiano diestro que en dos finales ha metido cinco goles con la zurda pero que no se ha señalado el muslo tras ninguno de los goles, el muy patán. Qué desastre, que pena más grande, qué injusta es la naturaleza que no dio ojos de huevo a nuestro turco ni hizo de nuestro colombiano un jugador imbécil y desafiante en sus celebraciones. Con eso, sólo con eso tendríamos un equipo campeón que coparía portadas y parabienes y habría calado en el corazón de Ramoncín en vez de este pobre equipo que tanto nos hace sufrir y que no conseguimos que nos haga estar orgullosos.

Quién tuviera un equipo milmillonario obligado a ganar todo y a todos por aplastamiento, humillando a jugadores y aficionados rivales, presto a la burla y la tontuna incluso cuando cae en las rondas previas a las finales de las competiciones que pretende ganar invirtiendo millones y millones entre el babeo de la prensa entendidísima. Qué pena más grande, qué vergüenza ser así, quién tuviera el equipo y la caradura de hacer chistecitos hasta en día de estar callado: quién fuera, en definitiva, de la Afición Jajajá.

Quién tuviera un entrenador mal encarado y desafiante, referente máximo jajajá, que se atribuya el éxito cuando el equipo gana y no este entrenador argentino de pelo cortito y zapatos grandísimos que ha hecho de nuestro equipo una máquina de jugar finales, un bloque en el que es difícil destacar a uno sobre el resto cuando llegan los partidos grandes, un grupo solidario con las ideas claras y los dientes apretados en los días en los que no se puede fallar y hay que dar un disgusto gordo a la afición. Quién tuviera un entrenador faltón con el rival en vez de un pusilánime que obliga a sus jugadores a hacer pasillo al derrotado, como en el rugby, que ensalza a rivales y propios, que agradece lo que la gente aporta. Quién tuviera un entrenador traído de fuera con la misión de potenciar los aspectos históricamente más odiosos del club, en vez de este tipo nuestro que siente el club como propio y entiende a la grada porque siente igual que ellos lo que significan las rayas y el escudo. Quién tuviera un entrenador que dejase claro a los jugadores que el éxito no se consigue por ser mejor que el resto sino por quitar méritos a los que rodean a uno, a los que hacen bien su trabajo y pueden amenazar la idea de que uno es el mejor sin tener que demostrarlo. Qué mala suerte tenemos, qué desgracia más grande, qué sufrimiento, oiga.

Quién tuviera una afición silenciosa y cosmopolita como la afición Jajajá, con gradas llenas de japoneses y altos ejecutivos invitados como Dios manda, en vez de esta nuestra afición sufridora que recorre media Europa de taberna en taberna cantando canciones a coro para lanzar su desgracia a los cuatro vientos. Quién tuviera una afición siempre insatisfecha y presta a justificar lo injustificable con tal de poder restregar por la cara a los rivales a golpe de jajajá las victorias obtenidas de cualquier forma, en vez de esta afición nuestra que se queda media hora cantando su tormento en un estadio tras perder una final. Quién tuviera una afición presta a tragar con todo tipo de gestos antideportivos para ensalzarlos y premiarlos con el flamear de banderitas regaladas por el club, en vez de una afición sufriente que se desplaza en masa en cuanto el equipo lo necesita. Quién tuviera una afición sin memoria, no como la nuestra, incapaz de ignorar a los que se fueron del equipo en el pasado. Y es que con el partido acabado, la afición coreó el nombre de Torres y éste devolvió un gesto tímido y algo abatido de agradecimiento; Torres no pudo hacer nada en todo el partido, el Atleti no permitió que le llegaran balones y tuvo que conformarse con ver el vendaval e intentar defender donde sus compañeros se desentendían. En el fondo, eso sí, todos sabemos que Torres, como todos nosotros, sufrió lo suyo viendo a su equipo campeón de nuevo y a su afición recordándole dónde está su casa y que cuando quiera será bienvenido de vuelta, a sufrir con el resto con esas sonrisas sufrientes de oreja a oreja que llevamos estos días.

El Atleti ganó 4-1 al Campeón de la Champions haciendo un partido soberbio del que hablaremos mucho tiempo, y como era de esperar a la afición se le ha quedado un mal cuerpo horroroso. El aficionado celebró en Neptuno el cuarto título en dos años con hastío y muestras grandes de desagrado y dolor, y eso se nota en las caras el día después. La cara del aficionado atlético hoy es claramente la de alguien que ha sufrido más de la cuenta, que en concreto ha sufrido los efectos de la resaca y el poco dormir: ronquera, dolor de cabeza, malestar general, marcas de dedos en la cara interna del antebrazo de tanto dar cortes de manga. Mientras, los Aficionados Jajajá, tan triunfadores ellos, hablan también hoy, ese día en que los sensatos callan. Jajajá, no os lo creéis ni vosotros, jajajá. Jajajá, os va durar poco el Cholo y el Turco y el Tigre jajajá, verás como si queremos los compramos nosotros o más bien algún rico de los nuestros, de esos que nos tienen contentos los domingos para que no demos la lata el resto de la semana mientras hacen sus negocios jajajá.
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El Atleti es de nuevo Super Campeón de Europa, y de nuevo dejando boquiabierto a casi todo el mundo. En un nuevo milagro de la camiseta de las rayas rojiblancas, el equipo ha ganado su cuarto título en tres temporadas a pesar de la gestión catastrófica de la directiva, que en breve volverá a dar muestras de su afán vendedor si el tiempo o la autoridad no lo impiden. Con un equipo totalmente nuevo, el Atleti vuelve a ganar la Supercopa que ganó hace dos años. Desde un equipo destrozado hace menos de un año, un entrenador que corre por el banquillo tanto como un jugador ha convertido un grupo de jugadores en el que coexisten superestrellas con futbolistas limitados en un equipo ganador, capaz de apabullar a equipos teóricamente mejores ante los ojos de todo un planeta. Sólo una directiva inepta sería capaz de cargarse lo hecho; no descartemos pues que ocurra en breve.

Y ahora encima otra vez a Neptuno. Qué desgracia tan grande, hay que ver lo que sufrimos, oiga, hay que ver.