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El que suscribe, en rugby, va con Irlanda.
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El día 8 de febrero de 2009, aproximadamente a las 18:50 de la tarde, varias personas se encogían de hombros y se levantaban de sus sillas en un bar sito en Valdepiélagos, municipio de la provincia de Madrid famoso por el sufragio directo y los huevos fritos con migas. Y lo hacían sin demasiado entusiasmo pero satisfechos, con alivio pero sin excitación, contentos pero no felices. Esas personas, de diferentes edades y variados tonos capilares y grados de miopía, hipermetropía y astigmatismo pero sin estrabismo alguno, oiga, acababan de ver el Recreativo - Atleti de liga que acababa con el resultado de 0-3, dos goles de Forlán y uno de Agüero. Los espectadores se levantaban y recogían el tabaco o iban al baño o llamaban a casa para decir que sí, que ya voy, pero si acaba de acabar, sí, salgo ya, hay que ver qué prisas. Los aficionados se activaban tras un partido entero sentados en una silla, y lo hacían con una sensación conocida y no muy remota: la alegría contenida por una victoria contundente pero no espectacular, la sensación de haber pasado un trámite, la sospecha de haber evitado un desastre a corto plazo pero sin garantías de evitar un desastre aún mayor a término medio o largo, el estupor al ver la clasificación y la diferencia de puntos con los equipos que ocupan los puestos anhelados, la impresión de haber visto un equipo que hombre, que sí, que si funciona pues bueno pero que tampoco es para tanto, la resignación de que tampoco hay mucha más tela que cortar, la leve ilusión de que si las cosas se enderezan se puede hacer algo mejor, la intuición de que si los jugadores realmente quisieran que ciertas cosas pasaran, estas pasarían con mayor certeza, con mayor frecuencia.
Aproximadamente veinte minutos antes del momento referido en el párrafo anterior, en el cuarto de estar (nótese lo salao de la expresión, por cierto) de una casa sita en Ontinyent - también llamado Onteniente, municipio sito en la provincia de Valencia por mucho que algunos lo sitúen en la de Alicante - un señor con gafas y su hijo en edad adolescente daban un brinco en un sofá de elegante estilo provenzal, de esos con patas de madera maciza con los que uno se destroza el dedo chico del pie en las frías mañanas del invierno ontinentino. Y lo daban cuando Leo Franco se llevaba a una mano un balón entre tres rivales, evitando un gol posible pero no decisivo en un partido que los visitantes ganaban por cero a tres ya desde hace un rato. La parada del portero, vestido de un color que chirría a los supersticiosos y alegra a los mosquitos, desencadenaba por enésima vez una discusión ya tradicional entre la hinchada colchonera desde que ésta, hace unos meses, se dividiera entre partidarios y detractores de Leo Franco. Por obra y gracia de la tecnología y los tiempos modernos, la discusión no se hacía a viva voz y mirándose a los ojos y haciendo grandes gestos con las manos sino a través de mensajes de texto por teléfono móvil; y no se desencadenaba entre aquellos que compartían sofá, que por ser padre e hijo prefieren discutir sobre horas de llegada los viernes por la noche o sobre la cuantía de la paga semanal, sino que se producía entre el cabeza de familia con gafas y un señor que en ese momento se encontraba trabajando en la redacción de un importante medio de comunicación de ámbito nacional. El segundo, reconocido anti-leofranquista de voz ronca y gusto por los guisos de cuchara, esperaba desde la intervención providencial de su odiado cancerbero el mensaje burlón del sarcástico levantino quien, además de tener una moto vieja en buen estado, gusta de chinchar al segundo cada vez que el portero odiado por este último hace una intervención de mérito. Esta amistosa pelea a distancia, si bien inocente y pacífica, es una reproducción en miniatura de el debate que asola la grada desde hace unos meses y que lleva a los partidarios de Leo Franco a pronunciarse con vehemencia sobre la sobriedad y efectividad de su protegido, mientras que sus detractores critican su querencia a permanecer bajo los palos, a no usar su envergadura y renunciar a las salidas por alto y su pobre juego con el pie. Así, mientras unos por defender al suyo critican a Coupet y otros por atacar a su adversario se refieren a Leo Franco como "la mona" (que esto es verídico, que me lo han dicho a mí unos ilustres atléticos de Algeciras), el partido va avanzando y la afición sigue a los suyo, que es discutir sobre todo.
Aproximadamente veinte minutos antes del momento referido en el párrafo anterior, y coincidiendo con los primeros compases del segundo tiempo, un considerable número de aficionados atléticos residentes en Bruselas, Bélgica, reunidos en un bar conocido por el nombre de sus dueños, pedían otra cerveza esperando un segundo tiempo animado que continuara con la dinámica mostrada por el equipo en el primero. Cómodos gracias a la ausencia masiva de público, como suele pasar hoy en día en los bares cuando juega el Atleti, y a la ventaja en el marcador, los presentes se dedicaban con placidez a discutir sobre otro de los temas favoritos de la afición colchonera: que si el cuatro-cuatro-dos o si el cuatro-dos-tres-uno. Unos defendían la primera opción, otros veían osado plantear el partido con cuatro atacantes, unos decían que qué puede pasar cuando vuelvan Maxi y Simao y otros se preguntan qué le pasa a Raúl García, por más que ayer anduviera más atinado. La afición discute y discute sobre qué hacer con Forlán, si meterle más de centrocampista dejando al Kun solo en punta y así cerrar la media con dos mediocentros que compensen la debilidad de la defensa. A cada argumento defendido por un sector contesta el otro con sólidas razones contrarias, bien desde el propio bar o desde un sofá en una casa de Onteniente o en un bar similar pero con mejores migas sito en Valdepiélagos, provincia de Madrid. Hablan unos sobre si hay que renunciar a Maxi, que no saben bien a qué juega y otros glosan las maravillas del capitán. Unos dicen que, aunque es pronto para decir nada porque sólo se lleva un partido, parece que con Abel el equipo juega más junto y hay menos distancia entre defensa, media y delantera, que ya era hora, que no había que ser un lince para haberse dado cuenta y otros dicen que la clave, la clave de todo es que no está Maniche. Se solapa entonces el debate del sistema con el debate sobre Maniche, y unos dicen que es un sinvergüenza que no sabe qué camiseta lleva y otros dicen que puede, que sí, pero que al menos sabe jugar al fútbol y que lleva en una bota más calidad que toda la defensa junta. Discute la afición exiliada, lo que produce desgaste y pérdida de líquidos y no queda más remedio que pedir más Jupiler.
Aproximadamente quince minutos antes del momento referido en el párrafo anterior, y coincidiendo con el final del primer tiempo, un señor de Milán de aspecto distinguido y gusto por los vinos secos se incorpora de su silla y abre mucho los ojos para así aliviar la tensión de las cejas tras haber visto todo el primer tiempo del partido con los ojos entornados y cara de chino a través de una página de internet de origen ruso que recoge un link de una página china que ofrece acceso a una página india que ofrece los partidos gratuitamente, sin saber bien si eso es legal o no, con comentarios en finés. Lo mismo hacen un tipo en Miami, un furibundo colchonero en Bretaña, dos amigos en Croacia, un ojeador aficionado en Costa Rica y un insomne en Yemen. Todos a la vez mueven el cuello y la cabeza de lado a lado y miran a techo y, cuando notan el relax en los músculos de la nuca, dicen uf.
Aproximadamente catorce minutos antes del momento referido en el párrafo anterior se desencadena en el bar de Bruselas referido anteriormente otra tormenta que nos es familiar. Hacia el minuto 31, con 0-2 a favor del Atleti, Pernía salva en la línea de gol un tiro del Recreativo que se colaba dentro. Despeja Pernía y la muestra de afición del bar se divide entre quienes maldicen su estampa y quienes celebran con especial alegría cada acierto de Mariano. No vale para nada, no debería estar en este equipo, es un desastre técnico y táctico que sólo corre sin sentido, menudo timo nos metió el Getafe, dice medio bar. El otro medio replica ya estamos con Pernía, hasta cuando salva un gol lo hace mal, será malo pero el hombre se vacía, lo da todo, anda que no hay gente a la que criticar por delante de Pernía. Faltaría más, si encima no corriese sería para matarle, menudo petardo, dice una facción. No, si haga lo que haga está mal, qué más da si regatea a tres o si roba un buen balón o si mete un pase en profundidad, todo lo que hace está mal, y mientras Seitaridis por ahí, de rositas. Se emplea de nuevo cada facción en tratar de hundir a los rivales y echa el resto discutiendo, que es lo suyo. Cuatro minutos después marca Forlán el tercero y el bar grita y lanza puños al aire y hay tímidas palmadas en la espalda y amagos de abrazo y algún discreto y sobrio apretón de manos, tímida tregua antes de la próxima discusión.
Aproximadamente cinco minutos antes del momento referido en el párrafo anterior marca Forlán el segundo con un remate prodigioso que primero parece que se va fuera pero coge efecto, se frena y se va a la parte interior del palo. Se abrazan padre e hijo en un sofá en Onteniente y llegan mensajes de texto desde una redacción de un importante medio de comunicación de ámbito nacional en los que pone qué bueno es el uruguasho, oiga. El Atleti marca el segundo gol tras un buen comienzo de partido en el que los jugadores muestran más ganas y más compromiso, más interés por ganar que en partidos recientes. Este hecho levanta una ola de discusiones entre ocupantes de sofás en el Levante español, levanta polémicas en las redacciones de medios de comunicación, produce divergencias en los bares del exilio y hasta peleas internas entre el yo y el super-yo de aquellos que ven el partido en solitario, con los ojos achinados frente a un ordenador en Milán, Miami, Bretaña, Croacia, Costa Rica y Yemen: la culpa es de los jugadores, ahora sí que corren, se han querido cargar a Aguirre, está claro. Qué sinvergüenzas, no sienten los colores, les da igual todo lo que no sea su sueldo, no saben qué camiseta visten, a estos les ponía yo a picar en una mina. Discute la afición, que es lo suyo, mientras disminuye la indignación de la que ésta era presa hace aproximadamente media hora.
Y es que aproximadamente media hora antes del momento referido en el párrafo anterior la afición en pleno, y no solo en Valdepiélagos y en Onteniente y en Bruselas y en algún otro sitio como por ejemplo El Escorial, se situaba frente a la televisión para ver el debut de Abel y lo hacía discutiendo con furor sobre si echar a Aguirre era o no la solución, sobre si el problema del Atleti es más profundo o si se soluciona cambiando un entrenador cada seis meses. Brama la afición contra la directiva con más unanimidad que nunca, quizás gracias a una extraña complicidad de los medios en los últimos días, tras la destitución del mexicano. Discute la afición sobre si hay que echar a los del palco por las buenas o por las malas, y sobre si lo mejor es no volver al campo o sacar pañuelos o tirar al pilón a los creadores de opinión deportiva que intoxican desde periódicos y radios. Las venas de los cuellos se hinchan y a medida que se acerca el momento del pitido inicial la indignación crece y también lo hace la claridad con la que los aficionados ven la solución a todos los males: que se vayan ya los presuntos dueños del club, que nos dejen en paz, que venga otro que se haga con el control de las acciones, uno que sepa de qué va esto, uno que no busque vender el estadio ni al Kun ni nada. La afición no se divide entonces entre partidarios o detractores del palco, que todo el mundo tiene claro quién es el verdadero culpable de todo, sino entre los que opinan que cambiar al entrenador era necesario o es inútil, los que creen que Abel no es más que otra cortina de humo que impedirá ver la verdad o los que piensan que merece una oportunidad al menos y que algo había que hacer con Aguirre, vistas las cosas; los que hubieran preferido a Pantic o lo que reniegan de Santi Denia, los que proponen llevar pancartas al campo o pitar durante noventa minutos. Todo el mundo tiene claro qué hay que hacer, todo el mundo se brinda para ayudar, todo el mundo decide dejar todo de lado para pelear por el Club porque eso, el Club, eso es lo importante. Lo nuestro, lo de nuestros padres, lo que no podemos permitir que nos quiten.
Cuatro minutos después llega Sinama, se va por la banda, deja un buen centro alto a la altura del punto de penalti y marca el Kun otro gol, otro de cabeza. Y así, de sopetón, todo cambia.
223 comentarios:
«El más antiguo ‹Más antiguo 201 – 223 de 223Hay algunas fluctuaciones, positivas y negativas, en el rendimiento de los jugadores, pero el equipo es siempre el mismo.
El secreto es cambiar de entrenador cada domingo.
¡"Quién sea" vete ya!
Me parece buena idea,D. Vito. Yo me pido a Paco Chaparro
Puedo pedirme a Fred Flinstone por un domingo?
Yo apuesto por Rijkaard!!
Serìa el primer entrenador del Atleti con pelo rizado?
Hummm, veamos:
Bianchi tenía muy poquito pelo, chibarritas que decimos en mi barrio, pero era rizadín. Y, en todo caso, ahí está Pacho Maturana...
Un partidazo para lo que es él, Don Ismael. Insisto en que pedirle a Seita lo que sea, es atrevido; pero pedirle que defienda bien, simplemente imposible.
El primero con pelo rizado, Don Vito, y el primer negro/moreno/lo que sea (que haga la división Don Ommeggy The One, que es el especialista) ... al menos desde Maturana, que tenía pinta de tener el pelo rizado, pero se lo cortaba.
Claro que, para eso, primero hay que investigar profundamente y conseguir su teléfono.
Le prometo por lo que usted quiera que no le había leído a escribir lo mío, Don Jesús.
Frank tiene pelo fusilli
(a mí también me mola)
¿Qué se sabe de Fuentes, el del pelo crespo?
Está de mudanza el pobre hombre
Pá mi esas ocasiones erradas muestran claramente que le están haciendo la cama al señor Resines. Como cobrar ya han cobrao (que dicen)...tiene que ser lo de la cama.
Yo me pido a Lotina, para alegrar el patio.
PD.. Que no D. Fran, que no.
Acabo de ver en el Facebook un nuevo grupo al que uno se puede unir:
"por la escolarización de Joaquín, Capel, Güiza, Reyes y Jesús Navas".
Sepan que Seitaridis lee libros de filosofia griega antigua.
(A mi el Facebook me da un poquito de miedo).
No, no soy yo. Me lo han contado mis compañeros y lo he visto en una de sus entradas.
Yo creo que Pablo ayer sufrio un ataque del sindrome de la Teta Asustada.
Sera?
¡Ay, la simpatía!
Con lo bien que íbamos y volcamos...
De volcar nada, Doña M / MJ, que somos más.
Vengo de tomar un café en un sitio de Diego de León al que nuna había ido. Ni volveré, obviamente.
Me he colocado en la barra distraídamente y, cuando aún no había terminado de pronunciar: "Hola, buenas tardes, me pone un café con hielo", ante mí se presentó la tremenda imagen de Sanchís, tamaño panel inacabable, levantando lo que parecía una Copa de Europa.
No contentos con ello, en la pared del fondo diría que tenían colocadas como doscientas quince fotos de Raúl.
He sido educado, me he quedado, no le he tirado el café a nadie, e incluso he pagado.
Pero vengo aquí algo falto de cariño.
Venga D. Fran, anímese, que una mala tarde la tiene cualquiera...
Retiro lo dicho de su adorado Seitaridis. ¿Mejor?
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