lunes, 1 de marzo de 2010

De cómo va quedando claro que Tiago nos está llevando al otro lado del río


A unos cincuenta kilómetros de la frontera española, en el norte de Portugal, está Viana do Castelo.

Se sitúa en el Estuario del Lima, un río que nace en Galicia como Limia -dando nombre a una de las más conocidas comarcas de la provincia de Ourense- y va a morir al Atlántico.

El río Limia fue uno de los más famosos de la Antigüedad bajo el nombre de río Lethes.

En la antigua Grecia, había una tradición mitológica que aseguraba que, en el Hades (es decir, en los infiernos) había cinco ríos, uno de los cuales se llamaba Lete, que significa “olvido”. Según los mitos griegos: “los espíritus de los muertos bebían en las aguas del río Lete antes de reencarnarse, para olvidar su pasado en el mundo de los vivos.”

Como los romanos habían heredado de los griegos tales creencias, y como los pobladores del lugar sabían de su incapacidad militar para hacer frente a los ejércitos de Roma, no dudaron en sacar provecho de esas asociaciones mitológicas del siniestro río Lete con el río Lethes gallego, haciendo circular entre los legionarios la creencia de que estaban a punto de cruzar el mítico río del Hades, un atrevimiento que les haría perder todos los recuerdos de su vida, incluida su identidad y la memoria de su familia y ancestros.

Los galaicos consiguieron su objetivo y, cuando las tropas de Décimo llegaron al borde de lo que creían que era el mítico Lete, se negaron a poner un pie en el agua. De nada sirvieron las órdenes de sus jefes. Los valientes pero influenciables y desmoralizados legionarios, curtidos en los duros combates contra los galaicos, arrojaron al suelo sus espadas, lanzas, escudos, armaduras y demás pertrechos, y no se atrevían a atravesar aquello que imaginaban un infernal curso fluvial.

Fue entonces cuando, empuñando el estandarte de las águilas de Roma, el comandante cruzó el río, llamó desde la otra margen a cada soldado por su nombre, y así les probó que ése no era el “Río do Esquecemento." (Río del Olvido).

La Festa do Esquecemento, es actualmente un evento de recreación histórica que se celebra en Xinzo de Limia (Ourense) para rememorar esa llegada, hasta la margen izquierda del río Limia, de las legiones romanas comandadas por Décimo Junio Bruto en el año 135 a.C.

Irónicamente, la hazaña que más ha pasado a la historia de Décimo Junio Bruto, todo un genio militar de su tiempo, ha sido ese simple paso de un río; y no su victoria sobre los galaicos en el Duero, ni su posterior papel en la fundación … ¡de Valencia!; cuya aparición tuvo lugar, precisamente, por la cesión que Décimo Junio Bruto hizo de esas tierras a los soldados que le acompañaron en su campaña de Lusitania y Galicia, una vez licenciados. El nombre de la ciudad procede del romano “Valentia”, o “Ciudad de los Valientes”, como reconocimiento del procónsul al coraje de sus tropas.

Es decir: que sin duda quedó olvidado el episodio del río Limia.

Siguiendo el curso del Limia, tras atravesar la histórica y actualmente virtual frontera con Portugal, uno acaba llegando a Viana do Castelo y, cuando el viajero se asoma al mar, tiene la sensación de encontrarse ante un río, pero cuando ve los grandes barcos atracados, sabe que desde allí partieron los pescadores del bacalao y, cuando conoce su casco histórico, lleno de blasones, sabe que existieron tiempos mejores, cuando el dinero llegaba a Portugal desde las colonias y se construyeron las excelentes casas de los siglos XVII y XVIII.

Viana do Castelo tiene un clima templado marítimo, lluvioso y fresco y, antes de visitarla, es bueno subir al impresionante santuario de Santa Luzia, desde donde las vistas del litoral atlántico son fabulosas y, los vendedores que se apostan allí, te ofrecerán los dos típicos muñequitos de hilo con traje regional, O Manuel y A María.

Uno debe parar en el mejor restaurante de toda la ruta, el Cozinha das Malheiras, probar la feijoada do mar (guiso de habas negras con pescado), su excelente bacalao y después, paseando por la ciudad, uno puede encontrarse con un mural gigantesco, en honor a su mayor símbolo deportivo: Tiago Cardoso Mendes.


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Ese es el lugar desde el que dio el sí al Atlético, durante la pasada Navidad.

"Llevaban dos años intentando ficharlo. Ha recuperado la sonrisa" –dice su padre, Carlos Mendes-. "Ahora los jóvenes vuelven a reunirse para ver a Tiago. Es una referencia para ellos. Somos unos hinchas rojiblancos más. Estamos deseando ver ya ese duelo entre Atlético y Real Madrid, entre Tiago y Cristiano", -explica José María Costa, alcalde de Viana-. “¡Somos de Tiago y del Atleti!", exclaman los trabajadores de una cafetería de plaza, donde se suelen reunir los seguidores para ver partidos.

Al portugués no le ha hecho falta, ni demasiado tiempo, ni tampoco un brillo desproporcionado, para hacerse notar. La sensación de aplomo que da con un solo toque, provoca una velocidad en el equipo que no se veía desde hace mucho. Sabe hacer coberturas, posicionarse y lo más difícil, jugar al primer toque. Da siempre la sensación de que, antes de tocar el balón, ya sabe lo que va a hacer.

Ha necesitado menos de dos meses para obtener, en Madrid, el reconocimiento que nunca le dejaron conseguir en Turín, donde se encontró con Ranieri. Con comentar eso basta, hablando entre atléticos.

Como las tropas romanas ante el humilde Limia, el Atlético de Madrid llegó al final de 2.009 rendido, humillado, perdido, desmoralizado y arrojando al suelo sus espadas, lanzas, escudos y armaduras. Ellos, que habían metido al equipo en Champions, que habían llegado a Anfield Road a decir aquí estoy yo, que habían vuelto a meterse en Champions; de repente no podían con los Rácing, Almería, Málaga, Tenerife…

Incluso los más optimistas, que es la forma eufemística de denominar a los ilusos, no veíamos un río, sino un océano frente a nosotros, cuando pensábamos que aún quedaban cinco meses de Competición.

Algo similar debía pensar, frente a su futuro en la Juventus, este hijo del Limia que, llegando desde Italia y sumando la tradición cultural y mitológica del Río que le vio nacer, al espíritu de las tropas romanas, se ha convertido en una especie de reencarnación de Décimo Junio Bruto y, atravesando el río, sin que aparentemente ello le haya causado mayores esfuerzos, ha dedicado estos dos meses a llamar por su nombre a cada uno de sus compañeros, hasta convencerles al fin de que no, de que no se les había olvidado jugar al fútbol.

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Y es de eso, de fútbol en estado puro, de lo que apetece hablar tal día como hoy.

Para empezar, anunciaron la alineación, y resultó que no estaba Jurado. ¡Bien!

Les prometo por lo que ustedes quieran que no soy aficionado proclive a cogerle manía a jugadores de mi propio equipo. De hecho, mi tendencia natural es justamente la contraria. Sin embargo, Quique Sánchez Flores, con su obstinación en alinearle en todos y cada uno de los partidos que juega el Atlético de Madrid, sólo comparable a la que aqueja al propio jugador, empeñado en no hacer nada positivo nunca, ha conseguido convertirme en un pobre aficionado maniaco-obsesivo.

Cómo será la cosa, que el pasado viernes, cuando Del Bosque anunció la lista de la Selección, me precipité a abrir una pesi y brindé conmigo mismo, para celebrar que aquella era la primera lista en varios meses, de un equipo que pueda considerar propio, en la que no aparecía Jurado.

Tampoco detentaba la condición de titular en la alineación del partido de ayer, y eso me pareció una magnífica noticia, casi una señal, de que el Atleti, que ésta vez jugaría con once jugadores, podría confirmar que era cierta la primera parte de las declaraciones de Emery en la víspera (que somos un rival directo) y podría evitar que se cumpliese la segunda (que, ganando el Valencia, nos eliminarían de forma definitiva).

Salieron aparentemente ambos equipos a ello; comenzando el partido con un ritmo trepidante. Especialmente Marchena, todo un clásico para estas cosas, que en el minuto 1 ya tenía tarjeta amarilla, tras atropellar a Simão y éste, a su vez, se encontró ante su primera oportunidad de ejecutar su recuperado golpe franco maestro. Se fue alto, por poquito.

El Atleti, muy enchufado, iba encerrando poco a poco al Valencia, y acumulaba ocasiones. Reyes tuvo una buena idea al salir de un regate, pero su ejecución fue pésima; Forlán no remató un buen pase de Simão, Agüero iba creando peligro y, en el minuto 19, llegó la primera jugada-clave: Reyes, motivado e individualista, entró en diagonal en el área valencianista y Banega, a quien desde luego no se le da nada bien el Calderón, primero fue desbordado, y luego zancadilleó muy claramente al sevillano.

Yo, como los entrenadores dicen cuando les conviene, desde mi zona no lo vi bien; pero un caro amico valenciano –que no valencianista- me escribió en directo que fue “un penalti como una casa de veinte plantas”.

No lo suficiente para Pérez Burrull, ese árbitro, esa pesadilla, natural de Comillas, famosa tanto por la Universidad, como por la maravillosa casa ideada por Gaudí como, para ciertas familias, también, por ese bar que tienen en la plaza principal, donde pides pimientos de Padrón y te dan de esos de Murcia, que pican todos, y luego te tiras una semana hecho polvo, seis meses sin probar el picante y, lo que es infinitamente más grave: año y pico sin volver a atreverte a pedir esa auténtica maravilla gastronómica.

Así que no lo pitó, la jugada siguió, el Valencia cogió a todo el Atleti con ese despiste indignado propio de jugadas así, y Silva aprovechó para hacer un montón de cosas al lado de la portería de David De Gea: tiró, recuperó el balón, se fue para un lado, se fue para el otro, volvió sobre sus pasos, tiró otra vez y, al segundo intento (aunque su pasmosa tranquilidad y soledad en la jugada, nos hace temer que habría podido tener una tercera, e incluso una cuarta opción) marcó un injusto e inexplicable 0-1.

Suponemos que, en un alarde de originalidad, más de uno y más de dos estrellas radiofónicas no podrían evitar el “y pasamos del posible uno-cero, al cero-unooooo”. No menos originales fuimos unos cuantos, que temimos que el partido se nos había ido a hacer puñetas.

Pero no fue así. El caso es que Reyes tardó muy poco en volver a la carga. He comentado ya lo de la motivación y el individualismo, ¿no?. Bueno, pues insistió por tercera vez, enviando un balón al poste, casi sin ángulo, después de recorrerse casi medio campo, y llegar hasta la línea de fondo.

Sólo siete minutos después del primer penalti no pitado, y del gol del Valencia, llegó la segunda jugada-clave: Agüero entra en el área, Marchena entra a saco, y desde mi zona seguimos sin ver exactamente lo que ocurre; aunque sí que no pasa el balón, ni cae Agüero, ni es posible que el defensa despejase con los pies, porque ya había sido superado por el regate del Kun.

Eso, insisto, desde mi zona, que está junto a la esquina opuesta a aquella en que la jugada sucedió. Sin embargo, estando al lado, Pérez Burrull, cuyo segundo apellido es una tentación permanente a la que nos resistimos de forma heroica, dejó seguir la jugada hasta que fue, literalmente, placado por el gran Paulo Assunção, rodeado por todo el equipo e insultado por, al menos, el 99% del público asistente.

Se detuvo el colegiado de Comillas, fue a hablar con el cuarto árbitro, regresó al área valencianista y, una vez allí, para sincero pasmo de todo el mundo, pitó penalti, expulsó a Marchena y, tras soportar estoicamente Forlán una serie de gestos muy raros que le hizo, con los brazos, ese portero tan peculiar que es César, marcó con tranquilidad el 1-1.

En la grada, respiramos todos muy hondamente. Al equipo, en cambio, no le dio tiempo de entonar un ¡uuufff! ni nada, porque el Valencia hizo ademán de reaccionar y, por ejemplo, Mata amenazó a Valera por su banda un par de veces seguidas, la segunda de las cuales salvó el murciano estando de espaldas, casi sin querer. Daba algo de miedo Mata.

Pero, si nosotros nos quejamos de Quique, supongo a los valencianistas jurando en arameo al pensar en Emery, el teatral, histriónico, gesticulante y tremendamente sobrevalorado Emery porque, para solucionar el problema táctico que le creó Marchena, no se le ocurrió otra cosa que elegir precisamente a Mata para el cambio cuando, hasta ese momento, el Valencia se había reducido exclusivamente a César, Silva y el mencionado producto de la cantera de ese otro Club de Madrid.

Bien por Emery, pues, que nos hizo un maravilloso favor con ese cambio y, para celebrarlo, el bueno de Valera se marcó una arrancada desde el propio campo, llegando hasta el borde del área contraria y, si no se le llega a cruzar un aguafiestas valencianista, creo que habría podido tirar a puerta y todo. Fue el mejor partido de Valera, por cierto. Lo cual no es decir mucho, pero sí es algo distinto a lo habitual. Como lo es haber visto al mejor Antonio López de la temporada.

Siguió atacando el Atleti y, cuando estábamos a punto de abrir el paquete del bocadillo del descanso, Agüero se quedó sólo frente a César. O sea, medio gol.

Pero si hasta entonces habíamos sufrido uno de los males de la noche, el del natural de Comillas, en esa jugada nos dimos cuenta de que los jugadores llevaban tres cuartos de hora encima del otro mal: el terreno de juego. Qué desastre de terreno de juego. No le bastaba a Cerezo con mantener el Estadio más sucio de Europa y gran parte del Mundo, no. También tenía que dejar morir el césped. Anda que vaya perezón, invertir en el mantenimiento del campo, ¿verdad?

Total: que el Kun intentó un tiro, y le salió un ensayo. Jugar sobre un patatal, es lo que tiene.

La segunda parte comenzó, más o menos, como terminó la primera: con el Atleti atacando, César parando y el Valencia resistiendo.

Sin embargo, uno, que es muy susceptible para estas cosas, la verdad es que le fue perdiendo el respeto al Valencia, a cada minuto que pasaba. Los malos éramos nosotros, se supone; y ellos los reyes del mambo, terceros en la clasificación y con un entrenador que nos perdonaba la vida considerándonos “rivales directos”, pese a los 19 puntos que nos llevaban.

Por eso, resultaba bastante difícil de entender cómo César, ejemplar profesional cercano a la cuarentena, internacional y con mentalidad de equipo grande acreditada, perdía una media de quince-veinte segundos en cada saque de puerta. Vaya miedo, ¿no?

Tampoco fue lo que se dice ejemplar la Grada, vale. Sin embargo, más allá de los más que desafortunados cánticos que recibió, uno esperaba más grandeza, menos gestos y más ambición en un portero que, al fin y al cabo, estaba camino de convertirse en héroe del encuentro, según iba salvando, una tras otra, las ocasiones del Atleti, que cada vez eran más, y cada vez llegaban con mayor frecuencia.

Voló César a detener un magistral saque de falta de Simão, aguantó otro par de ocasiones de Agüero, y le hizo probablemente la parada de la noche a Reyes, sacando una mano milagrosa por abajo. Y nos daba rabia. Veíamos al Atleti jugar mejor, mucho mejor, llegar una, y otra, y otra vez; pero César lo paraba todo y, como dicho queda y hasta que el natural de Comillas, al fin, le advirtió en una las jugadas, perdía el tiempo en cada saque como si, en lugar de defender la portería del Valencia, defendiese la del Levante. Así de bien estaba jugando el Atleti, es decir.

Tan intenso estaba el partido, que a muchos nos pasó desapercibido un tercer penalti, de nuevo cometido por el bueno de Banega, deteniendo con la mano, desde la barrera, otro lanzamiento de falta de Simão; y no nos acabábamos de creer cómo el Kun, de nuevo en un mano a mano con el portero, volvía a lanzar alto.

Así que, cuando Sergio Agüero, de nuevo, hizo una jugada en solitario, volvió a encarar a César y en lugar de patear balón, pateó césped de patatal; tras lo cual quedó tendido en el césped, no sólo nos temimos lo peor, sino los peores: que no había forma de marcar el segundo, y que nos quedábamos sin el Kun.

Pero el Atleti siguió jugando, mientras Agüero permanecía tendido en el área. Hubo una falta muy cerca de la esquina, el 10 se levantó cojeando, hizo un gesto en plan de “bueno, venga, me quedo para ésta jugada y luego ya me voy”, la puso Simão y … sí, efectivamente, no podía ser otro que Agüero, quien se elevase y cabeceara el gol. Minuto 77. 2-1.

Pero había que cambiarle, claro, y Quique, mundialmente famoso por actuar siempre a piñón fijo, probablemente ni se planteó opciones como las de darle cancha a Salvio, o minutos a Ibrahim, o fortalecer el medio campo con Raúl García. Ni él ni mi tocayo, apellidado Escribá y doble de Mourinho pensaron en otro que en el de siempre: Juradintintín.

Cómo no. Pero, miren ustedes por donde, con el Valencia ya sin posibilidad de recuperar el tiempo perdido, sin fuerzas, sin cohesión y sin ganas; el cuartofantasista, tras tocar un primer balón un poco en su línea habitual (toquecito, contrario que se lo come, él en el suelo, el balón en posesión del otro equipo) luego se lo pasó bomba, aprovechando el chollete de líneas separadas y espacios abiertos. Para eso sí que vale.

Así que primero le dio a Forlán, que ejecutó de forma magistral, el 3-1 y luego, hala, qué barbaridad, marcó él solito el 4-1.

Muy bien. Jugó muy bien el Atleti, y se comió vivo al Valencia. Ya se lo estaba comiendo cuando eran once, se lo comía cuando pudo y debió llegar el 1-0 en la jugada de Reyes y Banega, siguió siendo muy superior tras el injusto revés del 0-1, y sólo la gran actuación individual de César impidió que la goleada fuese mayor y, sobre todo, que llegara antes.

Leo por ahí muchos intentos de otorgarle la responsabilidad, del actual nivel del equipo, a Quique Sánchez Flores.

No será posible negarle determinados aspectos del equipo pero, sin embargo, de entrada, recuerdo perfectamente “haberle recibido” con una mini-crónica, cuando debutó como entrenador en Marbella. Y eso fue a finales de octubre. Y como desde entonces pasaron aún un par de meses de penurias, triste juego, reacciones intermitentes y todo aquello que el técnico denominaba “lenta recuperación del enfermo” y, sin embargo, la llegada al equipo de Tiago, en enero, ha coincidido matemáticamente con los mejores partidos del Atleti…

…No tengo más remedio que darle al portugués, de Viana do Castelo, la responsabilidad propia de la reencarnación de Décimo Junio Bruto, pues él ha cruzado al otro lado del río, y hasta allí ha ido llevando a los demás componentes del equipo. A ese lado del río donde se juega al fútbol. Y donde se conquista Valencia.

Al Valencia, quicir.

Ω - Fran Omega – marzo 2010

205 comentarios:

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Jesús dijo...

Por cierto, señores: ¿alguien tiene una entrada para este, su seguro servidor, el jueves?

PD: Don Vito, esta noche es a vida o muerte...

Dr. Caligari dijo...

Eso es, DonJe, situación complicadisima.

Bacharach dijo...

Hay que ver qué ancho es el Ebro.

Paquito dijo...

La Máquina en Teledeporte ahora.

Carlos Yepes dijo...

Impresionante ... Don Cándido estaría realmente orgulloso del legado ... porque algo tendrá que ver la genética en la retórica.
Mis felicitaciones Fran ... yo no uso el "Don" porque soy mas chulo que nadie y tenemos los cromos repes.
Un FUERTE abrazo ...

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