domingo, 27 de noviembre de 2011

Crónica irritada de otro derby más, pero distinto

El Atleti jugó contra el otro equipo grande de la capital, esta vez en el turístico estadio de este último. Recibió cuatro goles y, aún así, la sensación fue diferente a otras veces (recientes).



El Atleti de Manzano, segunda versión fallida de equipo al mando del mismo entrenador, llegó con pocas esperanzas al derby con Y griega. La enésima versión fallida del Atleti de los Gil, heredero de las plantillas que más puntos han ganado en el estadio del otro equipo grande de la capital, no tenía esta vez ni motivo para encomendarse a la fortuna, la sorpresa o la capacidad del equipo para hacer exactamente lo contrario de lo que se espera de él. Otros años, versiones fallidas del Atleti contaban con jugadores estratosféricos de esos que pueden cambiar un partido en una jugada, de esos que el rival quiere comprar a golpe de mazo de billetes de 500 euros, incluso con un tipo con pecas que dijo que nunca iría a ese club recalificador ya se lo exigiera la Guardia Civil o la Guardia Suiza. Este año era distinto, todos lo sabíamos, todos lo sabemos.

En lo más profundo, los aficionados del Atleti siempre guardan un rescoldo de esperanza, un convencimiento de que, precisamente porque el Atleti es un equipo dado a los golpes teatrales y a romper profecías, es perfectamente posible que haga algo extraordinario y gane un partido en el que nadie da un duro por él. Históricamente el Atleti siempre fue así, capaz de perder con el último de segunda división en copa y ganar justo después a la selección mundial por una goleada contundente. El problema está en la primera palabra de la frase. Precisamente, el Atleti era así históricamente. Últimamente, y todos sabemos por qué, ya no lo es o al menos sólo es imprevisible por el lado malo. El Atleti sigue siendo capaz de perder con el último tras perder éste un jugador por expulsión, pero cada vez es menos capaz de ganar a un equipo de los grandes haciendo un partidazo inesperado con suplentes y juveniles, como pasaba antes de que nos hiciéramos mayores, tuviéramos achaques y nos molestaran los restaurantes con mala acústica.

El Atleti llegó al estadio-centro comercial del otro equipo grande de la capital tras unos cuantos partidos tristes. Llegó tras mil probaturas, sin su delantero centro rematador de referencia (que por cierto, probablemente se habría ido del campo sin tocar una) y sin un once fijo. Ausente Falcao, ayer la máxima referencia en punta era un muy buen jugador al que el entrenador, hasta hace bien poco, había relegado al banquillo. Asumida esta limitación, había curiosidad por ver qué dibujo sacaría el entrenador en el medio campo tras los últimos vaivenes y dudas. Salieron finalmente dos medio centros defensivos en vez del cinco inamovible e inmóvil de los últimos partidos que ayer, partido complicado, el entrenador no quiso sacar (esto es, lo que habría hecho la afición ya hace cinco o seis semanas). Salió un jugador que fue clave en una posición similar hace dos temporadas, para pasar luego al banquillo gracias a un entrenador con bufanda. Assunçao capeó el temporal en una zona complicada y, sin hacer el partido perfecto, volvió a dejar claro que estando él resulta complicado defender la presencia en el equipo titular del gélido Mario. A su lado jugó un canterano vuelto a casa que empezó la temporada bien pero que con los partidos se ha ido diluyendo, perdiendo presencia y con una querencia preocupante a dar pases fáciles al rival. Aún así, el dibujo parecía más lógico en lo defensivo que muchos de los experimentos manzaniles con Mario Suárez en el papel de adorno navideño innecesario.

Por delante de estos dos, el entrenador dispuso esta vez una línea de tres: Arda Turán por la izquierda, Diego por el centro, Salvio por la derecha. Cambiando el orden para el análisis dada nuestra naturaleza caprichosa, empezaremos hablando de Diego. Diego jugó poco, sólo hasta la expulsión de Courtois, momento en el que el entrenador le cambió para dar entrada a Asenjo. Diego, que sabe guardar el balón, que piensa y que puede llegar a resolver un partido con una buena jugada o un tiro lejano, es de esos jugadores a los que uno no quitaría si se queda con diez y debe aguantar un resultado y evitar, entre otras muchas cosas, entregar el balón al rival inmediatamente. Manzano no es así, y por eso él alterna modelos de gafas de patillas coloridas y uno es fiel a sus gafas de pasta negra de párroco castellano. De hecho, cuando el que suscribe y el resto de la Humanidad habría hecho un cambio tras el segundo gol del rival, Manzano se quedó quieto. Tampoco en eso es fácil coincidir con este hombre.

Manzano pudo quitar a Salvio y no a Diego, pero no lo hizo; el resto del partido se encargó de darle la razón a aquéllos que desconfiaron del cambio. Salvio hizo un buen taconazo en el excelente gol de Adrián y luego no hizo nada sensato. Cuando tuvo espacio, que es donde se supone que le gusta jugar, demostró no tener confianza para encarar e irse. Demostró no tener calidad para guardarla y esperar ayuda, casi pidiendo que le quitaran el balón lo antes posible. Salvio demostró, una vez más, que tiene poco que demostrar porque tiene poco que ofrecer y que su supuesto buen cartel en Portugal suena a tongo de los gordos.

Arda Turan, turco paticorto y de andares cómicos, merece párrafo aparte. Turan, jugador de calidad y carácter con querencias alternativas opuestas tales como la reclamación del liderazgo y la siesta esporádica, dejó claro que es de los poquitos que entienden qué es un derby. Con sólo unos meses en el Atleti, pareció saber con claridad lo que había en juego y cómo encarar la responsabilidad de defender una camiseta de rayas frente a una bata de farmacéutico. La pidió, la buscó, regateó rivales y, cuando perdió el balón, persiguió a su par y le dejó claro que a Arda Turan no se le vacila en un derby; quizás Arda Turan deba dar una conferencia sobre el tema para algún jugador de la plantilla y para muchos de los que han llevado esas rayas en los últimos años como quien lleva una camiseta de publicidad. El único problema es que, recordando a bote pronto a quién le vendría bien el discurso, habría que alquilar un auditorio monumental y seis o siete autocares.

No fue Turan el único que entendió dónde estaba y por tanto ganó galones. Domínguez, al que el mencionado entrenador con bufanda hizo de menos, ejerció de capitán y de atlético de verdad. Estuvo sólido y fuerte al corte, marcó territorio, salió con agresividad cuando tuvo que tapar la banda del almibarado Filipe Luis Filipe y reaccionó con rabia de hincha cada vez que el árbitro favoreció al rival. También estuvo a la altura Perea, a quien tocó bailar con una de las más feas y, con seguridad, aquella con el peinado más ridículo. Perea, con brazalete, hizo honor al mismo en un pequeño rifi-rafe entre jugadores de los dos equipos tras una de las múltiples exageraciones vergonzosas de un rival argentino y flaco al que la prensa nunca afea su teatralidad bochornosa y su odioso comportamiento. No es esto algo que nos extrañe, por cierto, dado que esa actitud de todo vale y el fin justifica los medios es muy apreciada entre su hinchada y afines. Perea ganó carreras a los rivales, como todo el mundo vio salvo los comentaristas de la televisión, y fue al corte con contundencia. Una falta dura de Perea sancionada con tarjeta amarilla sirve hoy como coartada para aquellos que, acabase como acabase el partido, iban a denunciar un Atleti violento y antideportivo. Alguien se preocupará ahora de que Perea quede convertido en un jugador violento a pesar de su trayectoria, como ya le pasó a Ujfalusi. En fin, es lo que hay, a estas alturas tampoco esperamos ya otra cosa.

También merece párrafo propio Adrián. No sólo por el gol, tras jugada estupenda y pase de Diego, taconazo de Salvio y salida del portero rival lejos del primer palo (ya saben, esas salidas que en otros porteros merecen la crítica de la prensa especializada por dejar un ángulo que invita al remate). Adrián se quedó sólo y desconectado en punta tras la salida del equipo de Diego y, a pesar de la soledad, todo lo que hizo lo hizo con criterio, como siempre. Ayudó con su presencia a alejar al medio campo rival del propio y cuando recibió el balón demostró la velocidad e inteligencia que todos los aficionados vieron en pretemporada y que el entrenador sólo vio tras diez jornadas. Que Adrián es un buen jugador es algo indudable, que tiene sitio en el equipo titular una obviedad de esas que sólo los entrenadores profesionales no ven.

En general, el Atleti salió bien y con un empuje casi desconocido en los últimos años. Sin hacer un juego trenzado, no tenía problemas para recuperar el balón y no estaba a merced del rival, más bien marcaba territorio y no pasaba apuros. Marcó un buen gol y las cosas se pusieron de cara, aunque en el fondo todos sabíamos que algo iba a pasar, que habíamos marcado demasiado pronto, que las cosas no serían como en los partidos normales. El árbitro pitaba faltas y sacaba tarjetas a los jugadores del Atleti en cada encontronazo, posiblemente enardecido por los ejercicios circenses y volteretas de los rivales, y eso daba mala espina. Una combinación rival seguida con la vista por los medio centros atléticos terminó en ocasión de gol, penalti claro y la expulsión del portero. El rival marcó y el autor, peinado al estilo Locos Años Veinte, lo celebró con un bailecito ridículo de quinceañera en verano acompañado por dos coristas igualmente repelentes. En ese momento, y a pesar del gol en contra, todos y cada uno de los aficionados del Atleti agradeció en lo más hondo de su corazón el ser de los nuestros y no de los otros.

Las circunstancias cambiaron todo el panorama y el partido, aunque empatado, olía claramente a derrota a esas alturas. En opinión del que suscribe, el penalti fue penalti y por tanto la expulsión fue justa. Nada que decir por ese lado. Otras decisiones arbitrales posteriores no ayudaron, pero no fue el árbitro el responsable de la derrota. Eso sí, el Atleti recibió un montón de tarjetas amarillas y dos rojas; el rival sólo recibió una amarilla forzada por un jugador deseoso de acabar ciclo. Estos ardides consistentes en aprovechar fraudulentamente el reglamento en provecho propio antes se llamaban “trampas” y eran reprobadas con vehemencia por los defensores del juego limpio y por la prensa especializada. Ahora, las mismas acciones son jaleadas y vitoreadas por los mismos colectivos, que elogian la elegancia a la hora de forzar amarillas y la inteligencia para aprovechar los agujeros de la ley. Cuando hacen lo mismo los defraudadores fiscales la autoridad les persigue, y cuando los que hacen trampas son de una selección nacional rival para evitar cruces en semifinales su actitud se afea públicamente y, entre vestiduras rasgadas, se hacen llamadas generales a la decencia y deportividad. Es lo que hay, oiga, es lo que nos ha tocado vivir.

El Atleti jugó bien y, con el partido empatado y un jugador menos, mantuvo el tipo. Recibió un gol nada más empezar el segundo tiempo y mantuvo la cara al partido hasta el minuto 65, cuando recibió el tercero. De haber llegado más cerca del final con 2-1, podría haber intentado hacer algún cambio ofensivo y jugarse el todo por el todo, pero el tercer gol lo impidió. En el tramo final del partido Godín se convirtió en protagonista catastrófico y la derrota engordó y se deformó hasta extremos injustos. Otro penalty y otra expulsión terminaron convirtieron un partido aseadito del rival en una goleada injusta contra diez jugadores. Godín, que había estado entonado el primer tiempo, destrozó su propio partido y las esperanzas del Atleti y de paso echó más tierra sobre su propia tumba deportiva, poniendo la guinda a un declive acelerado que nadie acierta a entender bien.

Eso sí, la valoración que se hará del partido será simple: un Atleti barriobajero y mal afeitado frenó a patadas a sus pobres rivales vestiditos de enfermera. Manzano, torpe también ante la prensa, anunció un partido bronco y puso así fácil la rueda de prensa posterior al partido. No contento con fallar en los cambios y reaccionar tarde, Manzano dejó fácil el discurso del rival. Manzano, entrenador blando con el mismo poder de intimidación que Ned Flanders, anunció algo para lo que no está capacitado ante un entrenador protegido y hábil a la hora de manejar medios. El entrenador del equipo de Ramoncín, en el que militan ciertos jugadores dados a la agresión, al teatro y la tarjeta forzada, recibió el torpe anuncio del entrenador rival con la alegría con la que el delantero centro recibe un balón botando en el punto de penalty. El entrenador rival no habló pues del juego de su equipo ni del poquísimo trabajo de los porteros del Atleti, ni habló de la fortuna de contar con un gol y un jugador menos enfrente cuando no conseguía imponerse al rival; habló, eso sí, de espinilleras reforzadas y de jugadores incapaces de conciliar el sueño por pesadillas protagonizadas por amenazantes zombies rojiblancos, desviando la atención una vez más gracias a la torpe colaboración del entrenador rival, que por desgracia esta vez era el nuestro. No habló, claro, de volteretas y caras de dolor extremo para provocar amarillas, de tarjetas buscadas para cumplir ciclos ni de celebraciones ridículas protagonizadas por tríos de fenómenos capilares que abochornan hasta a sus propios aficionados. Tampoco los medios hablarán de esto hoy, que todo eso forma parte de lo que tanto gusta al nuevo aficionado al fútbol y tanto asco nos da a otros.

El derby fue igual que otros derbys recientes, pero también fue distinto. El Atleti perdió de nuevo, y de nuevo por más diferencia de lo que habría sido justo. De nuevo hubo giros dramáticos del destino en nuestra contra, de nuevo la defensa del Atleti, esta vez Godín, hizo más favores a los rivales que a los propios. De nuevo la afición colchonera se vio abochornada por las inconexas declaraciones previas de su presidente (teóricamente silencioso pero en la práctica contento, como siempre, de poder hacer chascarrillos cuando ve un micrófono) y de nuevo irá la afición dolida a la oficina el lunes, aunque cada vez nos duela menos tras tantos disgustos.

Sin embargo algo diferente sí ocurrió ayer. Durante los veinte primeros minutos el Atleti fue mejor, con diez mantuvo el tipo y sólo por la fatalidad y los errores de la defensa, se llevó cuatro goles. La prensa machacará hoy al Atleti y hablará de un equipo macarra y pendenciero mientras que el que suscribe, poco sospechoso de alabar del juego sucio, vio un equipo con ganas y la motivación que requieren los partidos en los que los aficionados se juegan mucho más que la sonrisa del domingo. El Atleti, o al menos algunos más que otros, mostró casta y ganas tras años de conformismo.

Entre la debacle, el rescoldo del orgullo y la esperanza puede haberse avivado un poco. Hace tiempo que no veíamos la rabia de Domínguez entre los jugadores del Atleti, no desde que se fue un fenómeno con pecas y la vida en cuesta arriba. Si la directiva no lo desbarata con su enésima torpeza, quizás se esté formando, años después, un grupo que entiende a la grada. En ausencia de exigencia desde el palco, la exigencia de la grada será clave para avivar la llama e impedir que se extinga. No podremos contar más que con nosotros mismos para cuidar del embrión, y eso implica una responsabilidad que la afición no siempre ha querido asumir. No sería lógico contar con los medios, no debemos esperar el mismo tratamiento que cuando es el rival el juega fuerte y la prensa alaba el orgullo y la intensidad, pero eso ya lo sabíamos. La directiva, como siempre, no estará a la altura y hoy estará ya pensando en cómo vender a Adrián más que en cómo defender al equipo. Para defender lo que es nuestro sólo quedamos nosotros mismos y tres o cuatro jugadores. No podemos permitirnos fallar, otra vez no.

PS: ¿De qué se reía Reyes mientras calentaba y cuando salió? ¿Se reía algún aficionado atlético a esas alturas de partido? ¿Es de recibo tolerar estas cosas? ¿Volverá la grada del Calderón a vitorear a este jugador, o algún día se harán las cosas con lógica y respeto por el escudo, también en la grada?

lunes, 7 de noviembre de 2011

Avinagrada crónica del Getafe - Atleti

El Atleti hizo el ridículo y, encima, nos tocó escuchar a Phil Collins. Y la policía, como si nada.


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Llegó el que suscribe al campo, trotando y con la hora pegada, y encontró un revuelo en la banda.

- ¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sido esta vez? Intuyo quién puede ser el responsable ... ¿De nuevo el pantalón de chándal remangado hasta la rodilla? ¿De nuevo una botas estridentes?
- Peor, oiga, lo de hoy es peor: un bigote. Se ha dejado bigote. ¡Bigote!

El delegado del Rugby Atleti se ha dejado el bigote y, como era de esperar, a las pocas horas cayó el gobierno griego.
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Durante años, el que suscribe ha visto partidos del Atleti en todo tipo de sitios. En casas propias, en casas de amigos, en bares de carretera y en pubs decorados a la manera de Nueva Orleans. En pantallas en blanco y negro, en pantallas de tubo a color, en grandes pantallas de plasma y en pantallas pequeñitas de ordenadores portátiles. En estadios propios y ajenos, en campos de España y en el extranjero, solo o en compañía de otros, como en los crímenes. Ha visto partidos en televisión y ha visto partidos en radios de onda corta con una percha por antena. Ha visto partidos por transistor, con un auricular recortado para disimular, durante guardias de la mili o durante la ceremonia de graduación universitaria. Ha visto al Atleti en bares de Almería y Cazalla de la Sierra, en pubs de Londres, Dublín, Edimburgo, París, Amsterdam, Roma y Tánger (éste más bien tetería). Ha recorrido ciudades vacías buscando un mísero bar en que pusieran el partido, ha negociado con camareros, ha sobornado encargados y ha discutido con aficionados rivales poseedores del mando a distancia. Ha visto partidos en México, en Buenos Aires y en Chile y hasta un Albacete - Atlético que iniciaba una liga en un chamizo en las Islas Galápagos, Ecuador, rodeado de lugareños asombrados. Cuando uno pensaba que había visto partidos del Atleti en todo tipo de sitios, ayer rizó el rizo y lo vio en un disco-pub. Un disco-pub verdadero.

Cuando uno se ve a sí mismo en un disco-pub viendo un partido del Atleti, uno se plantea cosas. Por ejemplo, qué hace uno a las diez de la noche de un domingo en un disco-pub, cuando lo suyo es estar en un sofá tomando sopa de pollo. También, qué lleva a un propietario de un disco-pub a poner una pantalla gigante para ver el Atleti mientras suenan discos de la Motown. Esto abre otro nuevo universo de preguntas: ¿Debería estudiarse la obra de Smokey Robinson en los temarios de Conocimiento del Medio? ¿son Holland, Dozier y Holland comparables a Quintero, León y Quiroga? ¿qué pasó con Stevie Wonder para que empezara grabando "Uptight" y terminara con "Ebony and Ivory"?¿Por qué nunca intervino el Tribunal Penal Internacional viendo lo que hizo Phil Collins con ciertos clásicos del soul? Estas y otras preguntas atormentan al aficionado que ve el partido en el disco-pub, pero dejan de tener sentido cuando el partido se acaba. Cuando el partido se acaba, únicamente tiene sentido pensar si uno será capaz de conciliar el sueño tras el enésimo disgusto y el enésimo ridículo.

Ya a media hora del final, uno intuye lo que va a ocurrir porque es casi evidente: el Atleti va a perder contra el colista, que juega con 10 desde el minuto 30. Se ve en la cara de los jugadores, se ve en la cara de los aficionados del disco-pub, se nota casi en la voz de Martha la de las Vandelas, más apagada de lo normal a esas alturas. Lo ve cada uno dentro de sí, que ya sabemos de qué va esto. El Atleti, una vez más, está bloqueado y nadie sabe hacer nada para evitarlo, quizás nadie quiera si quiera evitarlo. No hace falta mucho análisis para llegar a esa conclusión, basta con mirar dentro de uno para tener las cosas claras. No hace falta hablar de un Antonio López en el final de su carrera jugando por la banda que no es la suya, ni de la blandura de Filipe Luis Filipe, ni de si Courtois se traga o no el balón en la falta. No merece ni la pena hablar del despropósito de encomendar a Tiago, a este Tiago flojo, apático y triste, la responsabilidad de mantener al equipo desde delante de la defensa, ni de por qué tiene Grabi los ojos morados. No merece la pena hablar de dónde juega Turan o de dónde debería jugar Diego, que con tanto lío y tan poca disciplina ya no lo tiene claro nadie, sobre todo ellos. Tampoco viene a cuento compadecerse de Falcao por haber caído en este equipo que le provoca esa cara a mitad camino entre el agotamiento y la pena ya tan suya, ni pensar si Adrián volará pronto del Manzanares.

Casi ni merece la pena hablar del entrenador, pero la afición lo hace porque le da rabia. Al entrenador ya le conocíamos y nadie, o casi nadie, esperaba absolutamente nada de él. Mejor dicho, esperaba lo que espera de todos: unos cuantos partidos, unas cuantas ruedas de prensa algo chocantes, unos cambios destinados a que la gente crea que prepara los partidos, el fracaso tras varios bochornos, la destitución, el cheque, el silencio y la búsqueda de otro equipo. Por ese camino vamos. Manzano debutó en rueda de prensa diciendo que no era un incapaz, pero luego con el tiempo va haciendo cosas que a muchos les invita a pedir una nueva rueda de prensa sobre el tema. Empezó dando un aire diferente al equipo, que parecía querer tocar el balón, y en breve se acabó la vaina. Fue crecidito a Barcelona diciendo que miraría a los ojos al Barça, y volvió horas más tarde orejigacho y con aire de que ya sabía lo que iba a pasar, diciendo que al Barça sólo se le gana si sale con los suplentes. Le dio por las rotaciones y fue hundiendo al equipo, como todos esperábamos, sobre todo por unas apuestas en el centro del campo que sugieren que también Manzano debería estudiar Conocimiento del Medio y a Smokey Robinson. Como todos esperábamos, prescindió de la cantera, quitó a Domínguez un día sí y otro no, castigó a los que fallaban siempre que no tuvieran el pelo como una escarola. Cometió errores y errores que todo el mundo veía y terminó por sentar a Reyes, como casi todo el mundo habría hecho, y sacar a Adrián, al que el 100% de la grada veía como titular. Diez partidos tardó en darse cuenta de algo tan obvio y eso que entrena a diario, y aún así sacó pecho por hacer tarde y mal lo que todo el mundo veía como imprescindible. Mantuvo su tono de voz gris y adquirió un tono de piel púrpura que combina bien con sus dos modelos de gafas, de patilla blanca o roja; Manzano presume de gafas, como el mismísimo Alain Afflelou. Admitió sin rechistar que le impusieran un portero cedido con número mínimo de partidos a jugar y se brindó al paripé lanzando rumores malintencionados sobre Joel. Sorprendentemente, tras esta vergonzante rendición sin condiciones tuvo ayer un arranque de orgullo postizo para acusar a los jugadores, también culpables pero no menos que él, de no saber qué camiseta llevan. Para ello, olvidó convenientemente que llevar ese escudo y ocupar ese banquillo exigen también no aceptar imposiciones destinadas a engordar cuentas bancarias de alguno de por ahí al que el equipo le importa un pito.

Dicho todo esto, lo de Manzano es casi lo de menos. Manzano es un técnico dócil, de los que gustan en el Atleti, y aunque es presente ya está claro que en breve será pasado y que vendrá al final otro igual o mejor que Manzano, como ocurrió con Rosicky. Manzano hace lo que le dicen que haga y, como tiene gafas, la prensa lo reviste de mérito profesoral; la duda que tiene ahora la directiva es si el próximo entrenador debería llevar gafas o quizás sea mejor alguien con gran agudeza visual o incluso con un monóculo, por cambiar así de onda. Las gafas del próximo entrenador no son tan importantes, no es un tema tan grave, al final: el problema es otro, como bien sabemos todos.

Parte del problema, o una de las causas y a la vez consecuencia del problema, la definió bien ayer un afamado periodista en Twitter: en el Atleti, nadie se fía de nadie. Los jugadores no se fían del entrenador, al que ven como un peón de una partida que juega otro y en la que ellos pueden ser comidos, apartados, cedidos o traspasados en cualquier momento por motivos ajenos a su rendimiento o entrega. Por su parte, el entrenador no se fía de los jugadores, porque sabe que estos ven de qué va la fiesta gracias a tanto cambio aparentemente caprichoso y además van a lo suyo. Salvo la honrosa excepción de Domínguez, al que ayer se le vio con cabreo de hincha, el resto ven el Atleti como una etapa en la que, con la exigencia mínima, uno o bien se forra sin correr mucho y saliendo por las noches o se lo toma en serio, da el salto y se forra más en otra empresa, preferiblemente una en la que el símbolo no sea un mapache. Da igual si se gana o se pierde porque nadie le echará nada en cara. Lo que el jugador busca es pasar el trámite y, si sale un torito chico que embiste y no tiene peligro, lo intenta un poco a ver si así le hacen internacional y le ficha un equipo de más nombre, dejando dinero a la directiva y pasando él a otro nivel.

Ni jugadores ni entrenador se fían del director técnico, brazo ejecutor de la directiva que se ocupa de fichar producto con recorrido y fecha de caducidad lejana con perspectiva de encarecimiento; la pinta de Caminero, por cierto, tampoco invita a la confianza sino más bien a cambiarse de acera. Al Director Técnico le da igual si lo que ficha hace falta o si lo que hace falta es exactamente lo contrario, el criterio no es deportivo, es otro. Si el equipo podría hacer algo con un medio centro con físico y un lateral con el pubis en su sitio, da igual, no se atenderá a esas razones y se fichará a otro que sea negocio aunque no sea jugador de fútbol, sino de tute.

La espiral de desconfianza sube hasta la directiva, de la que ya no hablaremos porque el que a estas alturas se fie de ella tiene un importante problema o la cara más dura que el cemento. La directiva, por cierto, ya ha dicho lo de todos los años: a nosotros que no nos miren, que hemos hecho un equipo competitivo. Nadie del organigrama se fía de la directiva y sólo pretende contentarla, evitando el despido día a día, evitando el acceso de cólera, evitando ser elegido como chivo expiatorio por estar en mal sitio en mal momento, buscando el lugar gris que se buscaba en la mili para que no le eligieran a uno voluntario para las maniobras y así quedarse cómodamente en la cantina comiendo chuscos de pan con chocolate. A la afición le pasa tres cuartos de lo mismo: no se fía de la directiva, pero como tiene ya bastante con lo suyo, con la hipoteca y con no coger atasco, con su propio jefe en su propia empresa y con el novio nuevo de su hija, que lleva un pendiente, no hace nada y espera que lo haga otro; además, cuando se protesta, la prensa no siempre recoge la verdad y las protestas o bien se malinterpretan (cuando está clarísimo qué se quiere decir) o se minimizan hasta la ridiculización y se amortigua así su impacto. Que proteste otro.

Mira entonces la afición a la prensa, a ver si dice algo, y le pide actuar en nombre del oficio de periodista y de la sagrada verdad. Pero la prensa tampoco se fía de la afición porque la afición muestra su desconfianza hacia la prensa desde hace demasiado tiempo y además dice barbaridades en internet sobre la madre de los periodistas; estos, enfadados, dicen entonces que ahí se queda la afición faltona, conmigo que no cuenten, que les den pomada. La prensa quizás desconfíe de la directiva, pero como les necesita para tener entrevistas exclusivas y su jefe les exige más y más y más contenidos que nunca conseguirán siendo críticos con el Club, optan por vivir en el alambre cuando no por decantarse claramente por lo que la directiva quiere. Aquellos con menos escrúpulos, viendo que la afición reclama integridad y no siempre lo hace con educación mientras que la directiva invita a cordero, optan por la segunda sin demasiados reparos morales. Esta parte de la prensa justifica lo injustificable, lanza tinta de calamar cuando la cosa se pone fea, habla de las maravillas de la nueva caseta de obra de la Peineta, inaugurada ayer y que cuenta con aire acondicionado, taquilla de acero templado y persiana veneciana de gradulux. También interpreta de manera sorprendente los cánticos del Calderón. Cuando la grada grita Manzano vete ya, parte de la prensa llega a la asombrosa conclusión de que la grada está a favor de Reyes. Cuando la grada recuerda a Luis Aragonés y Simeone en la misma tacada, parte de la prensa afirma sin dudar que lo que la gente quiere únicamente es fútbol más aguerrido y no tanto toquecito. La prensa, que en su inmensa mayoría no es grada ni tiene ni idea de lo que piensa la grada porque jamás estuvo en la grada, interpreta los deseos de la grada según su criterio y, oh casualidad, las conclusiones que sacan suelen alejarse de la grada y acercarse al palco. Desde cabinas alejadas de los fondos, desde vuelos oficiales en compañía del equipo y la directiva, desde cenas navideñas en las que el Club regala una bufanda de forro polar con Indy bordado en dos colores, desde estudios de radio ajenos al frío del Calderón y a sus fétidos baños, parte de la prensa emite juicios dogmáticos y sentencias sin discusión sobre cosas que no conocen y que no quieren conocer, a pesar de que les sería fácil acercarse a la verdadera fuente de la opinión y enterarse de la verdad. Sólo algunos periodistas, aquellos que sí son grada, aquellos que sí entienden lo que pasa y a los que, a pesar de tener presiones y riesgos y vivir de esto el Atleti les duele, entienden lo que pasa; de éstos, algunos callan y otros no.

No será el que suscribe quien juzgue a cada uno, que cada uno tiene sus razones; eso sí, mientras tanto, esto se acaba y a cada uno le tocará hacer examen de conciencia. Algunos hacen lo que pueden, otros más de lo que pueden, otros no hacen nada aún pudiendo, todos somos responsables. El Atleti se acaba a la vez que se nos acaban las ganas de ir a disco-pubs a las 10 de la noche a pasar un bochorno y encima pagar la cuenta sabiendo que, al salir, los que se queden dentro levantarán las cejas, moverán la cabeza de lado a lado y dirán vaya tela, el equipo de esta gente, con lo que era. Cada vez nos gusta menos ver al Atleti, cada vez estamos más cansados, cada vez nos cuesta más ir al campo, leer los periódicos, hacer crónicas. Cada vez nos da más asco hacia dónde vamos y vemos más lejos de dónde venimos. Cada vez nos queda menos de ese equipo que nos hacía felices y desgraciados pero con el que nos identificábamos tanto. Nos queda lo que vivimos y alguna cosilla que viviremos si vuelve a sonar la flauta, como hace un par de años. Nos queda la personalidad de ese equipo distinto que nos llevaba a buscar una televisión en las islas Galápagos y el saber que mucha gente estupenda sigue siendo de un club que no le está a la altura. Nos queda que una charla sobre música y fútbol antes del soso concierto de Fountains of Wayne derive, como no podía ser de otra forma, en una conversación sobre el Atleti, sobre la final de Lyon, sobre el bigote de Arteche y el gol de Vieri, sobre los días en los que en el fondo sur primaba el ingenio sobre el puño americano. Nos queda que en esas ocasiones nos brillen los ojos y nos preguntemos cómo llegamos a este punto. Cada vez nos queda menos, pero, eso sí, lo que nos queda es nuestro y es inmenso y no nos lo quitarán nunca.

Ahora mismo, eso sí, lo que nos queda es un cabreo de mona. Y, todo esto, desde el optimismo. Tiene cojones la cosa.