Cinco goles marcó Falcao en un partido, cinco
goles, ni más ni menos, y ahí estuvimos para verlo y para coger una pulmonía de
tiro cruzado, una pulmonía en carrera, una pulmonía en plancha, una pulmonía de
esas que merecen la pena.
Cinco goles metió Falcao al Deportivo de la Coruña. Cinco. Hasta ahora, parece que sólo Vavá había metido cinco goles con el Atleti en liga, sólo Vavá. Vavá, que ganó dos Mundiales con el Brasil de Garrincha y Pelé, marcando en las dos finales. Vavá, que estuvo en el Atleti del 58 al 61, según dice la Wikipedia, y que murió en 2002 sin que el Club organizara un minuto de silencio, si uno no recuerda mal.
Cinco
golitos metió Falcao como cinco golitos tuvo la loba, cinco golitos detrás de
una escoba. Cómo puede una loba madre parir cinco retoños detrás de una escoba
es algo que escapa a las más preclaras mentes de la zoología y la biología y
aún así se le enseña a los niños sin escolarizar y éstos lo entienden a la
primera y no le dan mucha importancia. Cómo consigue un jugador meter cinco
goles en un partido es algo que escapa a las entendederas de casi cualquiera
que haya jugado un poco al fútbol, y aún así Falcao lo hace con naturalidad, sin
darse importancia, sin alharacas, sin adornarse. Para Falcao es tan sencillo
meter goles como para la loba parir tras la escoba, tan sencillo como para los
niños asumir que tras el alumbramiento misterioso no hay más que cinco lobitos
delgados como el palo de una escoba y con propiedades miméticas ante, como única
muestra de asombro, no hay que hacer documentales ni llamar a un veterinario,
sino que basta con mover las manos abiertas, las manos abiertas y con guantes
que Falcao abre cuando mete uno, dos, tres, cuatro, cinco golitos.
______
Dejando
de lado la mala educación o el despiste del Club, que ya es algo común (aunque
mitigado desde que llegó el actual equipo de comunicación, más pendiente de
estas cosas), la noticia del día es que Falcao metió cinco goles en el Calderón
él solito y en un mismo partido. Los cinco goles eclipsaron el partido de Diego
Costa, que esta vez se dedicó a jugar en vez de innovar sobre la forma en hacer
llegar escupitajos a la cara de los rivales, jugó bien y metió un gol. Eclipsó
el buen partido de Koke y el flojo partido de Mario, el impreciso partido de
Arda y el buen partido de Godín, ayer más agresivo y adelantado a la hora de
defender y más confiado a la hora de irse hacia el área contraria. Eclipsó
también el generoso partido de Filipe Luis y las reflexiones sobre lo mucho que
se echó de menos su presencia en el estadio del otro equipo grande de la
capital, y el discreto partido de Juanfran, desentonado a ratos como casi todo
el resto de liga. Eclipsó la vuelta de Valerón, que casi mete un gol de cabeza
a pesar andar de lado a lado del campo sin ya mucho sprint que ofrecer, y al
que algunos científicos contrastados insultaron durante el partido,
consiguiendo ya de paso que al retirarse fuera ovacionado por la grada, como no
podía ser de otra manera.
Falcao
eclipsó pues todo lo eclipsable y más, incluyendo la segunda plaza del Atleti,
el próximo partido contra el líder y la diferencia de puntos contra los rivales
por el segundo, tercer y cuarto puesto. Eclipsó también la victoria de Juan
Manuel "Dinamita" Márquez sobre Manny Pacquiao y la más que posible
candidatura del Mono Burgos a disputar el mundial al mexicano en la categoría
"arrancamiento de cabeza portuguesa por guantá con la mano abierta".
Eclipsó, en fin, dos o tres fenómenos astronómicos infrecuentes, varios
satélites de comunicaciones, el frío de la noche a la vera del Manzanares, la
abundancia de camisetas del Depor en las gradas (que tanto nos alegra) y la festividad
de Santa Leocadia de Toledo, Mártir, santa toledana a la que profesaba gran
admiración el rey godo Sisebuto, autor del Astronomicón, poema en hexámetros
latinos sobre, precisamente, los eclipses. Qué cosas tiene la astronomía, oiga.
Falcao
marcó un gol, el primero, tras pase en profundidad, entrando por la derecha del
área y cruzando el balón, que pasó bajo la mano del portero. El segundo, de
tiro portentoso y sorprendente desde fuera del área, dejando correr la bola y
sin pensárselo: tan portentoso y sorprendente fue que en el campo casi ni lo
vimos, sólo vimos la parábola del balón que entraba, no tuvimos tiempo de ver
cómo lo había hecho. Uy, a ver, cuidado, ¡gol! ¿qué ha pasado, qué ha pasado?,
gol, oiga, ha sido gol, sí, gol, sí, pero quién lo ha metido, ha sido el
colombiano, oiga, el Tigre ha sido, Falcao ha sido, qué tío. El tercero lo
metió de penalti bien tirado y el quinto, tras sentar a un rival y buscarse el
tiro en la pierna derecha, buscando luego el palo corto cuando todo el mundo
esperaba que cruzase al palo largo.
- Oiga,
¿y el cuarto? ¿el cuarto? ¿se olvida Vd el cuarto? ¿está Vd tonto?
- No me
olvido, oiga.
Y es
que el cuarto gol de Falcao, que no fue ni el más bonito ni el más importante
ni el más llamativo, resultó ser el más asombroso de todos a ojos del que
suscribe.
El
cuarto gol fue propiedad de Falcao en menos porcentaje que los demás, y sin
embargo fue el más de Falcao de todos. Gran parte del cuarto gol fue mérito de
Arda y quizás, de no haberse producido, habría sido también error de Arda.
Arda, que había jugado mal el derbi y había dejado a la hinchada fría y
enfadada por esa mano absurda que acabó en gol con matrícula de Ciudad Real,
quería agradar en su vuelta a casa. Lo intentó durante el partido contra el
Depor, pero no estuvo del todo acertado. Falló algún pase cómodo en
contraataque de libro, se lió en una banda haciendo cucamonas con el tacón y
perdió algún balón de esos que él no acostumbra a perder. Arda, a quien la
grada adora, tiene la virtud de caer bien con sus andares de ánade y su sonrisa
en el momento menos esperado, pero puntualmente no está acertado. Arda, no
obstante, no es un tarambana y sabía al saltar al Calderón que le debía una a
la grada tras su mal partido contra los odiosos vecinos del Norte.
Arda,
decíamos, lo intentó y lo intentó pero no le salieron las cosas como a él le
hubiera gustado, a pesar de que el rival invitaba a lucirse. Y, en éstas,
recibió un balón en profundidad tras toque sutil de Adrián, lo suficientemente
lejos de la portería rival para permitirle colocarse bien el balón antes de que
saliera el portero, lo suficientemente cerca para confiar en su sprint de patitas
cortas de despertador, con la distancia suficiente para que el defensa no le
alcanzara y obligara a parar el juego y regatear. Arda lo vio claro, tan claro
como vio toda la grada que, a su derecha, detrás de los centrales que le
perseguían, iba Falcao lanzado en busca de su cuarto gol con el ansia del que
persigue el primero de su vida. La grada hubiera agradecido un pase de Arda
para contribuir a la gloria de su compañero, como en aquél lance de Torres en
la final de la Eurocopa. Pero Arda lo vio aún más claro que el resto, vio clarísima
su oportunidad de reconciliación y ni miró a Falcao. Arda, que debía una a la
grada, se metió en el área, se acomodó la bola con clase y tiró una vaselina
fina, limpia, un baloncito destinado a entrar en la portería y terminar con los
compañeros abrazándole y con Arda en medio, sonriente como Netol, sabiendo que
había recuperado el cariño de todos.
Pero
frente Arda estaba Aranzubía, que no es manco en estas cosas. Aranzubía intuyó
las intenciones del turco y tiró un manotazo que dio en el balón. Miró
Aranzubía al balón que subía en parábola, lo miró el turco y lo miraron los
centrales, que ya empezaban a frenar sabiendo que mucho no podrían hacer ante
el toquecito del rival. Miraron todos pero, más rápido y con más rabia que el
resto miró Falcao. Falcao, que ya llevaba tres goles, pudo haber frenado, como
los centrales, y esperar acontecimientos. De haber entrado el balón, le habría
dado un abrazo a Arda y tan contentos todos. De haber fallado éste, podría
haber mirado a la grada y haber hecho grandes aspavientos: a mííííí, Arda, a mííííí,
turrrrcooo egoííííssstaaaa, ¿es que no ves que estoy en racha? ¿es que no ves
que puedo hacer historia metiendo un cuarto gol? Falcao, que no es de reproches
sino más bien lo contrario, también podría haberse parado, haber puesto cara de
póker o haber mirado hacia otro lado, que para algo llevaba ya tres goles
marcados y al pobre rival no se le veía mucha capacidad de reacción.
Pero
Falcao, ya saben, no es así. Falcao, una vez lanzado a hacer gol, tiene claro
que su misión en la vida es meter ese gol. Si huele gol, ya puede tirar su
compañero a puerta, ya puede pararla el portero, ya puede caer un misil Scud en
el punto de penalti o ya puede venir el Intercity Madrid - Ponferrada con
paradas en Valladolid-Campo Grande, Palencia, Sahagún, León, Veguellina de Órbigo, Astorga, Vega-Magaz, Brañuelas, Torre del Bierzo, Bembibre, y San Miguel de las Dueñas, que él sigue a lo suyo. Falcao ha demostrado en todos los partidos, acertado o no, que trabaja más que el que más y que lo intenta mucho más que el resto, que
corre más que los que tienen menos cartel que él y lo necesitan más, que suda más
que los que tienen más cartel que él (que son cada vez menos) y no tienen por
qué tomar riesgos ni pasar fatigas. Así que tiró Arda y se pararon todos, todos
salvo Falcao, que ahí siguió por si las moscas. Falcao pareció ver antes que el resto que el balón que despejaba Aranzubía podría caer en situación de remate, y allá que se fue.
Falcao
destaca desde su llegada al Atleti por esos saltos suicidas al remate, por una
ausencia total de miedo, por jugarse los dientes y el tabique nasal ya sea en
una final importantísima o en unos dieciseisavos de Copa contra un Tercera. También
esta vez Falcao vio ocasión de meter un gol y no se lo pensó: no pensó en que
podría llevarse una patada en la cara, como casi le ocurre, ni en que podría
acabar con la cabeza estampada en el poste. No pensó en que ya había metido
tres goles y que no necesitaba gestos de arrojo para ganarse a la grada que ya
le idolatra. No pensó en su nariz, ni en la frente esa que le reventó de un
pisotón un amable colega de profesión, ni en sus dientes ni en su ego. No pensó
en que podría fallar, llevarse una patada y terminar enredado en la red de la
portería, como un atún de almadraba. Falcao vio la ocasión de hacer su trabajo
y no dudó ni un momento. Pegó un salto felino, superó por centímetros el pie de
un central y remató a la red por cuarta vez con la rabia del que mete su primer
gol tras cincuenta intentos fallidos. Falcao metió el cuarto gol, algo que sólo
habíamos visto hacer recientemente a fenómenos como Baltazar, Vieri y Pantic, y
lo hizo dejando la sensación de que, sin importarle si en el empeño se quedará
sin nariz, sin dientes o sin futuro, si tiene que hacerlo lo hará sea cual sea
el rival, sea cual sea el partido, sólo porque es su misión, lo que debe hacer,
lo que de él esperamos.
Por eso
el cuarto gol de Falcao, que no fue ni el más bonito ni el más importante ni el
más llamativo, resultó ser el más asombroso de todos a ojos del que suscribe. Por
eso para el que suscribe lo más asombroso de este tipo no es su puntería ni su
mejora constante ni su repertorio cada vez más completo ni sus números
históricos, ni siquiera sus modales exquisitos incluso cuando recibe palos por
todas partes. Lo más asombroso de Falcao es, qué cosas, lo que tanto escasea en
algunas zonas del estadio: la honradez.