lunes, 1 de diciembre de 2014

El problema

El domingo 30 de noviembre de 2014, a las 11.30 de la mañana, se acercaban al Calderón montones de familias aprovechando la hora y la ausencia de lluvia para llevar, en muchos casos por primera vez, a sus niños al estadio. A la misma hora aproximadamente, un aficionado del Deportivo de la Coruña, de unos 40 años y padre de dos hijos (uno de ellos de 4 años, como muchos de los que iban al Calderón por primera vez) moría como consecuencia de las lesiones producidas en una pelea multitudinaria entre hinchas radicales del Atleti y del Deportivo que, al parecer, se habían citado precisamente para darse de palos un rato antes del partido. Por si esto fuera poco, la pelea contaba también con la participación de más aficionados radicales, algunos de otros equipos de Madrid y otros, según dicen, del Sporting de Gijón.

Por asombroso que parezca, hay gente que queda para pegarse aprovechando un partido de fútbol. Intuimos que lo hace convocando a aliados y rivales, fijando por teléfono o por Internet fecha, hora y lugar y, probablemente, el catálogo de armas permitidas, los distintivos de cada bando, los límites de tiempo o quizás alguna otra regla para la pelea, vaya Vd a saber. Al parecer estas convocatorias no son ni nuevas ni infrecuentes, y es común que grupos rivales (rivales normalmente en lo ideológico y no tanto en lo deportivo, que ya me contarán qué problemas hay o ha habido entre la afición del Depor y la del Atleti en la historia de la Liga) queden para medir fuerzas y resolver provocaciones a tortas y navajazos, como antes lo hacían las pandillas de macarras juveniles o las facciones rivales del hampa. La valoración de la inteligencia de los que hacen estas cosas daría para escribir varios libros o quizás para escribir una única página en letra gorda; la libertad que tiene cada uno para hacer en su tiempo libre lo que le venga en gana (incluyendo embarcarse en actividades peligrosas para uno mismo) es algo sobre lo que también se puede reflexionar y ya se ha hecho bastante; no es este el sitio para hacerlo, sin embargo, dado que éste es un simple blog de fútbol, más en concreto de una forma muy particular de ver el fútbol.

Si en vez de con ocasión de un partido de fútbol y al lado de un estadio la misma pelea entre bandas rivales se hubiera producido en el aparcamiento desierto de un polígono industrial remoto y cerrado, en una carretera alejada de cualquier centro de población, el resultado podría haber sido el mismo (muertos, heridos, detenidos, vídeos lamentables) pero la trascendencia del caso habría sido muy diferente. El que suscribe, en este caso, tendría poco que decir al respecto: una manada de salvajes ha quedado para hacer el animal, allá ellos siempre que no se hagan daño más que ellos mismos, allá ellos siempre que no rompan nada que tengamos que pagar el resto. Allá ellos y sus familiares, que les conocen y saben lo que hacen;  allá ellos y sus amigos, si les jalean a hacer el idiota de esa manera, allá ellos con sus vidas. Mientras uno no haga daño a nadie que no quiera estar metido en ese fregado, es complicado pronunciarse si no es para dar una valoración sobre lo triste que debe ser la vida de cierta gente.

El problema es que la manada en cuestión quedó precisamente con ocasión de un partido de fútbol, cerca de un estadio, en este caso al lado del estadio al que muchos tipos pacíficos llevamos yendo 40 años, algunos muchos más. El problema es que la quedada se produce tomando como excusa el fútbol, ese deporte que nos gusta tanto, que tanto hemos practicado, que tanto nos divierte o al menos divertía. El problema adicional es que gran parte de los involucrados en la pelea se juntan precisamente en torno al equipo del que somos seguidores desde que éramos pequeños, que quedan para hacer el ridículo y el mal con los mismos colores al cuello que llevamos muchos otros para ir a nuestro campo y a otros campos lejos de nuestra casa, quizás también el campo del equipo del fallecido. El problema es que el la barbaridad se identifica automáticamente con aquellos que seguimos al mismo equipo que los agresores, y que esa misma barbaridad se convierte en patente de corso para que, generalizando, se insulte al ultra descerebrado que va buscando pelea con las mismas palabras que recibiremos los aficionados tranquilos que vamos a campos rivales, los mismos insultos que seguirán recibiendo dentro de unos años muchos de los niños que ayer, por primera vez, fueron al campo de la mano de sus padres, muchos de ellos también cuarentones, como el fallecido.

El problema es que, ateniéndonos a los precedentes, pasado el duelo inicial se olvidará la pelea y se contarán historias contradictorias y exageradas sobre lo que ocurrió, novelando la pelea, engordando la vergüenza para intentar convertirla en épica. El problema es que con el tiempo unos tendrán un mártir y otros un trofeo y que, unos y otros, utilizarán el trágico símbolo de la idiocia humana para justificar lo injustificable, para reclamar venganza, para presumir de víctimas y hombría cavernícola, para buscar risas de sus correligionarios embrutecidos en los bares. El problema y el asco está en que en unos años la tragedia se convertirá en cántico, como ya ocurrió con Aitor Zabaleta, y que este cántico se convertirá, pasada la náusea inicial, en parte de la banda sonora habitual de los estadios. El problema es que nosotros mismos, que hoy estamos horrorizados y asqueados y nos planteamos no volver nunca a un campo de fútbol, acabaremos por no procesar lo que dice la letra, por no reflexionar sobre lo repugnante de la situación, por no silbar ni levantarnos e irnos. El problema es que, con el tiempo, nos limitaremos a hacer quizás un gesto de asco y repudia sólo perceptible por los vecinos de localidad cuando arranque el cántico desde una zona de la grada, convirtiéndonos, sin querer pero tampoco sin luchar por evitarlo, en cómplices inconscientes e involuntarios - pero cómplices al fin y al cabo - de la manada de salvajes que portan al cuello los colores que nos metieron en el alma nuestros abuelos llevándonos de la mano hacia el estadio, sin esperar que nunca ocurrieran estas cosas repugnantes cerca del campo en el que jugaba el equipo de sus amores. El problema es que los medios, que hoy denuncian con razón las salvajadas y comprueban con alegría la cantidad de audiencia que dan los vídeos caseros de peleas, volverán en breve a su discurso polarizado y faltón sin reparar en las consecuencias que tienen sus palabras para la gente que va por la calle. El problema es que los directivos del club de los amores de nuestros abuelos dejaran que pase el tiempo para no tomar medidas, para evitar problemas, para pegar una patada a seguir a la cuestión, para que el tiempo convierta en banda sonora lo que hoy es una vergüenza, una epidemia y una tragedia.

El problema es que nosotros, aficionados de a pie sin ganas de pelearnos con nadie ni vocación para hacerlo, tampoco sabemos muy bien qué hacer. El problema es que hoy todos tenemos claro que esto no puede ser, que no puede seguir así, que ni el fútbol ni nada se puede convertir en excusa ni parapeto ni coartada para este horror. El problema es que, al no saber muy bien qué hacer, confiamos en que los clubes, la policía, la autoridad haga algo, que nos ayuden, que nos quiten de encima el horror y el problema, que para eso están. El problema mayor viene cuando uno escucha a los directivos diciendo poco menos que eso no es cosa suya, que ellos no son quien para disolver una peña del propio club, que fuera del estadio es cosa de la policía. Y cuando la policía contesta que no sabía nada, que no contaban con que hubiera una pelea, que el partido no era de alto riesgo y por tanto no había dispositivo especial, que no se habían enterado de que 200 ultras de grupos rivales que todo el mundo sabe que se detestan podrían aprovechar el partido para montar una pelea monumental.

El problema es que pensamos que, a menos que cambien mucho las cosas, los clubes terminarán como mucho por retirarle el carnet de socio a diez, veinte, treinta personas que probablemente puedan seguir accediendo al campo cuando les venga en gana, que podrán seguir viajando cuando lo haga el equipo en condiciones más ventajosas que el resto de aficionados, que podrán acceder a los entrenamientos - como ya ha ocurrido -  o vender merchandising o mantener en las instalaciones del club pancartas y banderas. El problema es que cuando nos desplacemos a ver al equipo, si es que volvemos, es muy posible que las entradas que nos venda el Club estén al lado de las entradas de estos mismos tipos que quedan un domingo por la mañana para romperse el cráneo, que nos toque entrar al campo custodiados como criminales a pesar de no meternos con nadie, que nos encierren en una zona vallada obligados a escuchar de cerca los mismos cánticos violentos, racistas, ofensivos que nos producen arcadas cuando los escuchamos a distancia desde nuestro asiento.

Y, mientras tanto, el aficionado de a pie, el que llevó a su niño al campo por primera vez, el que nunca se mete con nadie y el que tiene planeado ir a ver al Atleti a algún partido fuera de Madrid, sabe que le toca replantearse todo, suspender viajes, evitar problemas. Sabe que, a pesar de no tener nada que ver ni poder estar más en contra, que a pesar de estar aún más avergonzado que la media, más enfadado que la media, más asqueado que la media, ahora le toca encima que le señalen como responsable, como cómplice casi, como tipo violento que convive con alimañas por voluntad propia, sólo por llevar una bufanda que también llevan unos malnacidos que se han erigido, sin que nadie se lo haya pedido ni reconocido, en representantes de un club al que siguen millones de personas ajenas a esta inmundicia. El aficionado del Atleti sabe que, por algo que él no ha hecho y desprecia más que nadie, tendrá que aguantar cómo otros radicales se dedican a insultar al club que desde siempre asocia con ese abuelo que le llevaba de la mano al campo sin meterse con nadie, quizás también con el silencio cómplice de los aficionados rivales tranquilos y de bien que, igual que ocurren en el Calderón, terminaron por acostumbrarse a las canciones insultantes, a las faltas de respeto, a las salvajadas musicalizadas. El aficionado normal sabe que quizás, gracias a toda esta panda de delincuentes, ahora también él mismo puede llevarse un puñetazo o una pedrada cuando vaya a campo ajeno, que cualquier viaje a ver amigos puede terminar en un mal rato gracias a algún radical alicorado excitado ante la posibilidad de hacer justicia, según su propio concepto limitado de la vida.  

El problema, pues, es complejo y es enorme, pero el problema principal e inmediato es que un tipo ha muerto en medio de una pelea monumental organizada cerca de casas de gente normal y de un estadio lleno de niños vestidos de domingo. El problema es que en el fondo todos somos parte del problema y que no es sencillo solucionarlo si aquellos que pueden afrontarlo no tienen ni la voluntad ni la valentía de hacerlo. El problema es que no parece que ninguno estemos a la altura de la solución al problema.


El problema es el que es, y la realidad es que, sabiendo cómo son las cosas, es casi más probable que, hartos y asqueados, dejemos de ir al fútbol antes los que no creamos problemas que los salvajes que sí los crean. 

12 comentarios:

qsP dijo...

Pues no fue su primera vez, porque se estrenó el día del Eibar, junto a sus hermanos, pero ayer, mi hija de cuatro años, vestida con el 10 turanista a la espalda, fue la única que me acompañó al campo, un día en el que uno, ingénuo, pensaba poner en el baúl de los recuerdos familiares y quizás se convirtió en el último, más aun cuando hoy al comentarle, orgullosa, a su profesora que estuvo en el Calderón con su padre, ha vuelto a casa con una duda demasiado grande, al enterarse de que un papá del otro equipo, con una niña mayor y otra como yo se murió ayer en el río por el que pasamos. Qué asco de individuos viven en esta sociedad, qué pena de autoridades incopetentes y qué vergüenza de dirigentes golfos, que hasta a uno le quitan una de las cosas más bonitas que le puede pasar en la vida, como es la de ser un orgulloso aficionado del Atlético de Madrid.

Fran Omega dijo...

Es casi seguro que ninguno estemos a la altura; pero unos más que otros.

En este lugar se ha hablado de "El Problema" cuando no tocaba, cuando ningún motivo gravísimo lo motivaba y cuando, el hecho de hacerlo, provocaba tensiones e incluso ponía en peligro relaciones personales.

Y como he sido testigo de ello, necesitaba decirlo.

Jose Ramón dijo...

Muchísimas gracias D. Carlos.
Una vez más, lo explica perfectamente.
Toda la razón D. Fran.
Recuerdo muy bien cuando se habló del "problema" sin motivo grave.
Es muy difícil saber que es lo que tenemos que hacer.
Lo que tengo claro es que mientras no se limpie el palco, no se limpiará el fondo sur.
Buenas tardes.

German Tena dijo...

Gracias Carlos, leo cada post de tu blog y nunca había escrito comentario alguno.

Creo que es de justicia hacerlo hoy.

Gracias, es un orgullo compartir afición con personas de tu talla intelectual y humana. Habitualmente, cuando leo tus "historias", es como si estuviera leyendo mis pensamientos e impresiones sobre mi pasión y equipo del alma desde que nací, pero lo de hoy lo supera.

Me siento honrado de poder enviar a mis mejores amigos esto que escribes que es exactamente lo que siento yo, pero que no soy capaz de explicarlo con el acierto, la sensibilidad y la claridad que tu lo haces.

Una vez más, gracias maestro.

Anónimo dijo...

Gracias Fran Omega por el comentario.

Es cierto que hablar de este tema con amigos te podía costar la amistad.

Este blog junto con un puñado de periodistas –no más– educan al aficionado no tanto para denunciar lo que cantan o se dice en el campo, que también pero no solo, sino para fomentar el buen ambiente en el campo.

Como bien dice José Ramón el problema es que quienes tienen que resolver el problema son parte de él y así no hay remedio. Sin ir más lejos, veinte metros debajo de donde me siento.

Gracias Sr. Fuentes. Como siempre, pone en palabras lo que casi todos pensamos.

Cristian Vieri dijo...

Bueno, parece que algo se mueve en el palco. Si en efecto deja de existir el Frente, si los que sean socios y estén implicados en la vergüenza del domingo son expulsados, una pequeña parte del problema será resuelto. Pero yo, que soy socio del fondo sur pero en el segundo anfiteatro, veo la violencia en todas partes, no sólo abajo. Gente que está deseando que haya una trifulca para echar de todo por la boca, o como el domingo en Mestalla, que porque te hacen un gol en el 93 (miren vds. qué casualidad) ponen al entrenador visitante perdido a escupitajos. Y no jovencitos, no, señores cincuentones como yo, incluso algunos con gafas de pasta y aspecto de ser cualquier cosa menos un ultra. Por eso soy pesimista. La violencia, es más, el odio en el fútbol está ahí desde la cuna, los medios lo potencian, algunos padres lo potencian, la sociedad lo potencia.
Es evidente que hacer 600 km. para buscar la muerte es algo enfermizo, pero el germen está ahí al lado, disfrazado de señor con pelliza que se cisca en la madre del árbitro o de hombre con gorra-visera y chaqueta de mezclilla que duda de la hombría del jugador rival. Porque en la grada hay niños, en sus casas hay niños que aprenden y aprehenden rápido estos modales trogloditas que tanto se estilan en un campo de fútbol.
Les contaré algo. Cuando regresaba en metro al centro de Lisboa aquel día de mayo, en mi vagón, lógicamente lleno de aficionados del Aleti, se colaron dos que habían decidido, en lugar de celebrar la victoria largamente en el campo, meterse en la boca del lobo a faltar al rival y, lo que es peor, a reirse de su desgracia. Excuso decirles lo que pudo pasar, sólo que a mi se me ocurrió, en voz muy baja, aconsejarles que tuvieran cuidado, que no siguieran por ese camino y alguno que me oyó me puso a caldo por "hablar con esos ciervos de m.". Por fortuna, su menguada inteligencia les dio para apearse en la siguiente estación sin que la cosa subiera de tono. Y yo, agarrado fuertemente a una barra, me decía: "no, si yo soy gilipollas, quién me manda a mi meterme". Al final, señores, lo tenemos al lado pero, ¿para qué vas a intervenir? ¿Para que te rompan la cara y encima los de tu equipo?
En fin, si en efecto desaparecen, me pregunto si también lo harán esos preciosos tifos que se montan en los partidos a los que yo voy desde Asturias (sí, lo sé, los días señalaítos casi siempre). Porque ya no sé si a los que se les ocurre hacer esos despliegues envidiados por otros clubes, son también los que disfrutan quedando a morir junto a un río. Qué desperdicio,perdonen vds. el desahogo.

Roppongi dijo...

Asco, repugnancia, tristeza al escuchar a los mandatarios tras el asesinato.
Vergüenza al ver cómo reculan hoy tras ser obligados por la policía y la opinión pública a corregir sus primeras reacciones de personas cobardes y sin sensibilidad. Más tristeza todavía con la tibieza de nuestro entrenador, sí también él aunque nos duela, escurriendo el bulto.
Se me quitan las ganas de seguir llevando a mi hijo de 5 años.

jesusez dijo...

No somos conscientes de lo que se cuece en esos campos de Dios, donde se ha apaleado a árbitros (incluso alguno ha muerto de un disparo)a aficionados, a jugadores, a entrenadores, a policías (también uno muerto a golpes en un partido de alevines) y hasta al Vicecósul sueco en Benidorm, así mismo asesinado en un partido de aficionados. Todas muertes o agresiones ajenas a las que provocan los ultras amparados en el fútbol, pero posiblemente más descarnadas, más crueles, mucho más dramáticas, porque muestran que "el problema" no es tan simple de atajar.Porque cuando esos niños que ven que sus padres insultan a un árbitro o que participan en una agresión, por una discusión nimia e irrelevante, se hagan mayores, serán los ultras del futuro. Siento esta chapa apocalíptica, pero ocurre cada fin de semana en muchos campos de España.

Carlos Fuentes dijo...

muy acertado, creo, este artículo de Rubén Amón
http://www.elmundo.es/deportes/2014/12/02/547deeea22601d82298b4570.html?cid=SMBOSO25301&s_kw=twitter

Javier Moya García dijo...

Muy fino don Carlos, como de costumbre nada que añadir porque voy a decir lo mismo pero peor expresado. De todos modos yoo también me he desahogado.

http://politicayfutbol.wordpress.com/2014/12/02/jimy-frente-atletico-riazor-blues-calderon-violencia/

Anónimo dijo...

Una vez más, gracias por escribir lo que muchos pensamos. El mérito que hay que reconocerle a usted es que lleva ya muchos años hablando de "el problema", de los molesto que es para los aficionados de a pie sobrellevar el ambiente crispado que imponen los exaltados de siempre... y no hablo solo de los ultras. Yo también soy vecino del 2º anfiteatro sur (saludos al sr. Vieri) y se ponga uno donde se ponga siempre aparece un tipo que te hace arrepentirte de ir al estadio con críos.

De lo de invitar al Calderón a amigos de otros equipos ya ni hablamos... ¿que cara se nos quedaría cuando oyeran lo que dicen de "Sevillá" y de los sevillanos? A mí me parece que desde hace años los señores del palco no deberían haber consentido que se coreen cosas sobre los sevillanos, los valencianos, los gaditanos, los vallecanos... pero estamos en manos de quien estamos. A lo mejor ahora que parece que esos cánticos van a costar dinero al club se plantean que habrá que regañar a los propios y pedir disculpas a los que se sientan ofendidos.

El otro día al final del partido algunos se entretuvieron silbando a Cerci. Antes era más común insultar a nuestros propios jugadores y entrenadores. Creo que la moda de insultar a los rivales ha crecido en estos años felices en que los fanáticos del autoinsulto lo tienen más difícil. Como el domingo pasado habría estado feo insultar a los coruñeses, insultaron a Cerci.

Yo también me he desahoagado un poco en mi blog, por si quieren echar un vistazo... por cierto, tenía pendiente contarle algo sobre la foto de Panadero, pero ya lo dejo para otra ocasión.

Carlos Fuentes dijo...

muy interesantes los dos blogs, gracias a ambos