domingo, 30 de marzo de 2014

Tres apuntillos sobre el Athletic - Atleti


1. El equipo tranquilo y el viento en las cumbres

En otro día complicado, el Atleti volvió a ganar en San Mamés, ese estadio precioso al que estamos deseando ir una vez terminen la tribuna del fondo para comprobar in situ cómo suena la grada cantando, si el rojo es tan bonito como en la televisión, si el campo nuevo tiene el encanto del viejo San Mamés (que parece tenerlo), si los bares de la calle Licenciado Pozas y aledaños siguen siendo tan maravillosos como siempre. Bilbao es una ciudad en la que el fútbol, las cañas y cafés de antes y después, las charlas con los locales en las barras de los bares y por las aceras camino al campo, las conversaciones con los vecinos de localidad, tienen un encanto especial. En San Mamés los partidos se viven especialmente bien y por eso las victorias son especialmente bonitas. Ganar en Bilbao dos veces seguidas (que no han sido las únicas pero sí muy importantes) tiene pues un mérito, un pellizco, un valor especial.

El Atleti salió en Bilbao sabiendo, como sabe de aquí a final de temporada, que sólo se puede ganar. Había ganado el Barcelona y probablemente ganaría después el tercer equipo de la clasificación. Y el Atleti salió, encajó un gol rápido, mostró algo de duda y mucho de autoridad y terminó llevándose el partido por 1-2, cuando pudo ser por más y antes.

Antes del partido, un insigne guipuzcoano de la Real que curiosamente no detesta al Athletic y que tiene un cariño especial por el Atleti (algo que quizás choque a los más jóvenes pero no extrañe en absoluto a los que conocen esto desde hace un poco más de tiempo), mandó un mensaje al móvil: “ahora nos damos cuenta de lo fuerte que sopla el viento en las cumbres, de lo tranquilito que se vive cuando se disputa un noveno puesto”. La definición no puede ser más acertada, o al menos en lo que respecta a la afición.

Con el Atleti en lo más alto y la presión constante y tirana que ejercen los perseguidores, acostumbrados a ganar casi siempre y salir siempre de favoritos, la afición encara cada partidos con nervios de partido grande, de esos que quitan las ganas de comer y, cinco minutos después, llevan a devorar compulsivamente una bolsa de pipas de un kilo. El aficionado colchonero encara ya cada partido como un salto al vacío, con el estómago encogido, la duda sobre los hombros, los malos augurios revoloteando cada pensamiento, las uñas al mínimo. En la cumbre, efectivamente, cada rachita suave de viento capaz únicamente de mover un papel en la falda de la montaña se convierte en una amenaza de muerte, en una posibilidad de desequilibrar al montañero y hacerle caer por un precipicio. En la cumbre, cerca de la cima, todo es más peligroso, más estresante, más incierto.

Curiosamente, uno no ve al equipo, esa máquina de competir que nos hace felices partido a partido, con los nervios de la grada. De haberse jugado el partido de ayer hace quince jornadas, uno hubiera acabado contento pero no exultante tras haber visto a un Atleti superior aunque no brillante, con alguna duda de más y mucho más oficio del esperado, con personalidad para entrar a empujones en los bares llenos de gente y, aún así, no recibir ni un reproche.  El Atleti transmite una seguridad y una autoridad que a la grada nos llega deformada, caricaturizada por años de experiencia en sorpresas, limada en las esquinas por las opiniones disparatadas de la prensa y su obsesión por inculcar en el aficionado una sombra de duda con la esperanza de que no se quiebre el statu quo, relativizada por el vértigo de un futuro de infarto en las próximas semanas. El nervio, empero, es más cosa nuestra que de ese equipo fantástico que nos hace frotarnos los ojos semana a semana, partido a partido, demostración tras demostración.

2. De la presión como una de las Bellas Artes


En los partidos del Atleti suele haber algo que guste especialmente al aficionado, unas veces unas, otras veces otras. Ayer fue asombroso el partido de Costa, siempre preparado para pelear, para correr, para marcar. Con algo más de suerte habría marcado dos más, con un poco más de acierto el Atleti habría cerrado el partido rápido y no habría tenido que desgastarse tanto.

También ayer quedó claro que con Filipe Luis y Koke el equipo gana muchísimos enteros, que Mario sigue siendo frío aún en los partidos calientes, que un medio centro defensivo no puede parar y desentenderse nunca, aunque acabe de haber hecho  un buen pase o una buena recuperación. Quedó claro también que Gabi es una referencia y que quien supla su ausencia en el próximo partido de liga tendrá frente a sí un desafío importante. También, que los centrales son muy complementarios y tienen un nivel de solvencia del que nos acordaremos muchos años, que Juanfran ayuda y mucho con sus entradas hasta la cal cuando el rival ha basculado en bloque hacia el otro lado. Sosa salió con buena nota y poco fuelle del dificilísimo encargo de suplir a Arda, de quien esperamos un buen partido ante el Barcelona y sólo Raúl, trabajador pero impreciso, fallón en algunos pases y acertado en otros estuvo por debajo del nivel que esperamos de él.

Pero dejando de lado lo que cada uno hace, obviando los fogonazos y la verdad incuestionable de que una mala tarde la tiene cualquiera, lo que realmente llama la atención en este equipo son esas ráfagas de presión al rival. Ráfagas porque no es posible mantener ese ritmo durante todo el partido, ráfagas porque no siempre es necesario imprimir a los partidos ese nivel de ambición mordedora que vemos a ratos. Pero cuando hace falta, cuando la cosa se pone fea, cuando es necesario que el rival esté incómodo y recule, buscando los espacios en su propio campo ante la asfixia a la que le somete el Atleti cuando está cerca de la medular, el Atleti funciona como una máquina de precisión recuperadora, de demolición controlada. Esa estampa de dos, tres jugadores del Atleti encimando rivales, dándose relevos en la presión, forzando uno el error del rival para que recupere otro, saliendo por fin con el balón jugado es para el que suscribe fútbol puro y valiosísimo, tan emocionante como el juego de orfebrería del Barcelona de hace unos años, como el fútbol alegre y abierto de algunos equipos brasileños del pasado.

Pero lo más sorprendente de todo es que, una vez recuperado el balón, una vez derribada la presa por la carga controlada y en relevos de la jauría que sale del campo del Atleti, el equipo no se acelera o se ofusca. A veces, sí, busca el fútbol más vertical y encuentra a Costa corriendo entre huecos, adelantando rivales en sus portentosos cuatro, cinco primeros metros. Pero en otras ocasiones el equipo recupera y, al no haber opción de contraataque explosivo, toca y toca y busca espacios pequeños y salir de ellos combinando y con calidad, algo especialmente vistoso cuando coinciden Filipe Luis, Koke y Arda en el espacio.

La presión como forma de asfixia al rival, la presión como forma de recuperar un balón para salir jugando rápido o tocando en corto, para lanzar el contraataque o superar por calidad combinando en espacios cortos. La presión como seña de identidad, la presión como una de las Bellas Artes.

3. Del desgaste y la tensión

Tras el partido es necesario e imprescindible el descanso, el baño y masaje, el relax y la recuperación. Tras el partido se nota la pérdida de líquidos, el agarrotamiento de los músculos, la fatiga mental a la hora de encarar que, en pocos días, casi horas, habrá otro partido clave, otro partido importantísimo a cara de perro contra un rival potentísimo.

Una vez terminado el partido es normal notar la euforia por el resultado, la alegría compartida en los abrazos con los compañeros,  la satisfacción del trabajo bien hecho.  Poco después, sin embargo, lo normal es empezar a notar cansancio, sobrecarga, agotamiento incluso. Tras dormir, si es que se consigue con tanta emoción, al levantarse el cuerpo habrá recuperado parte de la energía perdida pero lo normal es que se note entumecido, cansado, raro, como necesitando vacaciones. Las piernas están bloqueadas, la espalda acumula tensión, hasta el último músculo, incluso esos que no se sabía en la víspera que uno tenía, duele.

En ese momento toda la responsabilidad recae en la cabeza: no hay mucho tiempo para descansar, en dos o tres días hay que hacer otra proeza, otro esfuerzo sobrehumano, otro maratón concentrado para el que hay que mentalizarse. Hay que aprovechar al máximo el período de descanso, estirar músculos, hidratarse convenientemente, comer bien pero no demasiado. Entre partido y partido la higiene de vida y la sensatez con claves: descansar, comer bien, dormir, mentalizarse. Prestar atención a los músculos que más sufren, no descuidar el resto, mantener la cabeza despejada y la mente clara. En pocos días, casi horas, otro desafío enorme, otra proeza.

¿Hablamos de los jugadores? ¡En absoluto! Ellos sabrán lo que tienen que hacer, que para eso tienen cuerpo médico y fisioterapeutas de guardia. Aquí hablamos de nosotros, que esto es agotador para el aficionado. Siguiendo una dieta rica en cerveza de lata, pistachos y patatas fritas, el aficionado debe tratar de sobreponerse a la tensión extrema de cada partido, al desafío para las rodillas que supone levantarse del sofá de sopetón cada vez que Diego Costa arranca a correr camino de la portería rival, al riesgo para pectorales y hombros que supone echarse las manos a la cabeza cada vez que Mario le da un pase medido a un rival. A estas alturas de la temporada el aficionado tiene delicadas las yemas de los dedos de tanto pelar pipas y tiene disparado colesterol, triglicéridos e índice de bocabits en sangre, sufre trastornos del sueño y experimenta hinchazón de pecho y fatiga en los músculos de la media sonrisilla cuando entra en la oficina los lunes. Un tormento, oiga.

Ya queda menos, señores. Un esfuerzo último y contenido, sean Vds perseverantes, aprieten los dientes y llenen las neveras. Tenemos una misión y no podemos defraudar a los chavales. Partido a partido, aperitivo a aperitivo, entre todos podemos.

jueves, 27 de marzo de 2014

Bolsitos, autobuses, canchas


Dijo Simeone que había que ir al campo sí o sí, apeteciera o no, hiciera frío o calor, lloviera o tronase, pusieran en la tele una película de vaqueros o una de romanos y no hubo más que decir. Nosotros estaremos allí dando el callo, vino a decir Simeone, así que Vds, que son tan de los nuestros como nosotros mismos, también estarán allí, no se me hagan los longuis, no me sean flojos ni se me afrancesen. Nosotros calentaremos, haremos charla táctica, daremos arenga motivadora, nos abrazaremos en el vestuario, gritaremos hasta el trance y saldremos a jugar con los ojos inyectados en sangre, el corazón a muchas vueltas y la mente concentrada en hacerles a Vds felices, vino a decir Simeone, y de Vds sólo esperamos que, a cambio, estén allí. Un rato antes del partido, dijo Simeone, agarren Vds el bolsito, suban al autobús y vayan para la cancha; el esfuerzo no se negocia, ni el nuestro ni el suyo, oigan, venzan la pereza y el frío y hagan el favor de hacer su trabajo, llenen la grada y animen a los suyos, a los nuestros, a nosotros mismos, vino a decir Simeone con eso del bolsito y el autobús.

Eso dijo Simeone y la afición respondió a la llamada del Cholo con esa lealtad casi mecánica, zombie con la que los miembros del Clan cogen abrigo, escudo y espada al oír las gaitas que llaman a pelea y acuden al punto en el que se reúne el regimiento, esté donde esté. Habló Simeone y allá que se plantó la afición colchonera, a las diez de la noche en noche gélida de esas que prometen ser mucho más fría a medida que el río, socio del Atleti desde el manantial, se va viniendo arriba y llenando de humedad el barrio. Tras días primaverales en los que árboles y arbustos han aprovechado para lanzar brotes y flores y polen y colores fosforescentes a los parques de Madrid, el día anunciaba noche heladora y a fé que lo fue. La afición acudió abrigada hasta la punta de la nariz, con leotardos bajo el pantalón y bufanda gorda, con guantes y orejeras y así esperó a que el equipo saliera del vestuario para darle una gran ovación amortiguada por los guantes. Y entonces salió primero el capitán Gabi en camiseta de manga corta y, mirando a la grada, pensó:

   - Amos no me jodas esta gente qué friolera es, la Virgen.

Toda la grada sintió hasta vergüenza viendo desde el fondo de sus forros polares la cara de asombro de un tipo en camiseta y, disimulando, se abrió un poco el cuello del abrigo y dijo eso tan socorrido de “pues al final no parece que haga tanto frío”, esa mentira que la grada entera conoce, esa falacia interina que torna en militancia friolera a partir del segundo tiempo y que termina en indigna búsqueda de bar con caldo según acaba el partido.

¿Toda la grada, decimos? ¡No! Parte de la grada no dijo ni pío, ni se quejó ni nada. ¿Grada estoica quizás? ¡No! ¿Austera afición castellana? ¡Nada, nada! ¿Tropas de asalto curtidas en el frente de Azerbaijan, Land of Fire? Nada de eso. Ayer, al menos en grada de lateral, había un montón de japoneses la mar de educados, muchos ataviados con anoraks de un club deportivo de vaya a saber Vd qué deporte, otros con livianas cazadoritas de entretiempo que se antojaron insuficientes para abrigar nipones del frío húmedo del río. Los japoneses, eso sí, hicieron fotos de todo, se alegraron mucho del gol del Atleti, se durmieron sentaditos en sus asientos durante el descanso y, al terminar, se despidieron del que suscribe y de sus compañeros de grada con una gran sonrisa y un “enhorabuena” muy mal pronunciado y casi incompresible que, empero, fue muy de agradecer y muy agradecido. A uno le caen muy bien los japoneses por ser muy educados y llevar grandes gafas desde edades tempranas, y desde estas líneas saluda al pueblo Nipón,  en especial al de Osaka, ciudad salada de humor fino probablemente hermanada con Cádiz cuyo derbi futbolístico disputan Cerezo y Gamba, ¿se puede tener más gracia, oiga?

Salió el Atleti a jugar un partido que debía ganar y que absolutamente todos en la grada teníamos claro que así sería hasta que se empezó a jugar, que es cuando a todos se nos encogió un poco el alma y a los japoneses también los ojos. Ausente Filipe Luis y con Koke de descanso más que merecido, el Atleti salió con Insúa en el lateral izquierdo y con Cebolla por delante, con Tiago en el centro y Villa con Diego Costa delante. Más cambios por la izquierda, alguno por delante, poco más … y nada menos. El Atleti, a pesar de tener enfrente un rival flojete, a pesar de jugar en casa, a pesar de ser el líder de la liga, las pasó canutas a ratos y mal otros, incapaz en muchas fases de crear juego e imponerse, ofuscado y algo perdido en la maraña visitante, con poca luz y pocas ideas. El análisis de ayer debe hacerse por tanto al contrario: no es llamativo tanto lo que se vio como lo que no se vio, y en particular Koke y Filipe Luis. El primero, el pegamento que hace jugar junto al centro del campo, subir y bajar en bloque; el segundo el florete que entra por la banda en la que se agolpan los jugadores de más calidad del equipo para provocar superioridad hasta, en caso de no encontrarla, buscar en un par de toques largos y rápidos a Juanfran por el otro lado. Y si ayer quedó algo claro es que ni Insúa es Filipe Luis ni Cebolla es capaz de suplir con su entrega y nervio la calidad en ataque del brasileño ni la capacidad de hacer fácil lo difícil que tiene Koke.

Si durante el primer rato de partido en la grada había una cierta tranquilidad, como si a afición estuviera convencida de la victoria a pesar de la ausencia de ocasiones, la preocupación empezó a colonizar fondos y tribunas al empezar el segundo tiempo. El Granada no hacía mucho, es cierto, pero el Atleti tampoco. No daba el Atleti con la tecla, no fluía, no jugaba. Sólo los centrales, cada vez más complementarios y sólidos, imperiales a ratos, transmitían calma a una afición que empezaba a ponerse nerviosa, o quizás no. Nerviosa no estaba la afición, no, la afición estaba convencida de que el equipo iba a ganar pero no sabía cómo; la sensación no es nueva pero es complicada de explicar, si hubiera un neologista acertado en grada de lateral quizás habría creado de la nada una nueva palabra. “Poquicertero”, por ejemplo, con definición y todo: “Poquicertero: dícese de aquél que está seguro de algo, pero no mucho, más bien poco, y además ni sabe explicar bien por qué; eso sí, lo está, oiga”.

Cuando el frío empezaba a hacer daño y el Granada empezaba a molestar, el Atleti decidió pegar un arreón y la afición poquicertera empezó a pensar que ya llegaba el momento. Y llegó, y fue gracias una vez más a Diego Costa, enorme, incansable e insaciable quien, de cabeza en un corner, ese recurso cada vez más valioso, marcó el gol que todo el mundo esperaba. Y entonces, entonces sí, el poquicerterismo se convirtió en nerviosismo, y además del bueno.

Ya fuera por la tensión acumulada, fuera por lo molesto que resulta ese speaker innecesario que hace repetir hasta tres veces el apellido del jugador que acaba de marcar gol (que ya veremos, por cierto, qué dice el listo del speaker cuando marque Koke y requiera a la grada en pleno piadosas invocaciones resurrectoras), el gol de Costa supuso la llegada del nerviosismo a la grada. Ni frío ni tedio ni admiración por la cultura nipona, lo que en la grada se notaba era nerviosismo y más aún cuando a los video marcadores les dio por reproducir ese ruidito conocido, esa secuencia que llevamos en lo más profundo del subconsiciente, esa tonada que nos despertaría de un coma y lo primero que preguntaríamos es quién marcó en Las Gaunas, tirutitú. Tirutitú dijeron los video marcadores para anunciar goles en Sevilla que llevaban al Atleti a ser líder en solitario y el nerviosismo se hizo dueño y señor de la grada y hasta del campo. Diego perdía balones, Tiago perdía balones y hasta Miranda, frío y calmado hasta en medio del bombardeo, tuvo un par de imprecisiones.

Con el equipo nervioso y la grada nerviosa, el reloj empezó a ir cada vez más lento. La grada, atacada, miraba al banquillo esperando ver a Simeone y recibir algo de tranquilidad; lo que veía, sin embargo, era un tipo en traje haciendo aspavientos y reclamando concentración. Nerviosos todos en los asientos, haciendo temblar las piernas y con la cara entre las manos, viendo el fútbol por los huecos que quedan entre los dedos, la afición encaró el final del partido y buscó un algo, una solución, una fórmula sanadora. Y ésta, oh milagro, la encontró mirando de nuevo al banquillo. “Partido a partido”, pensó la afición angustiada, y ahí apretó los dientes. Balón a balón, centímetro a centímetro, minuto a minuto el equipo siguió peleando, el partido fue acabando y el nerviosismo fue pasando. Cada recuperación se celebró como un gol, cada pase bien dado como una paga extra, cada despeje como un mes de vacaciones. Cada fallo levantó ooohs y aahs, cada vez que el árbitro pitó a favor se relajaron mandíbulas y puños cerrados. Cuando el árbitro señaló el final, al alivio momentáneo siguieron la alegría desmedida y, rápidamente, el convencimiento de que por delante nos quedan muchos más momentos de angustia e intensidad en los que se antoja imprescindible que los buenos aguanten y que los elementos más valiosos del banquillo, Villa y Diego, marquen la diferencia entre ahogarse en la orilla y salir del agua por el propio pié. Después de la angustia, eso sí, la sobreexcitación y la imposibilidad física de conciliar el sueño hasta bien entrada la noche, como demuestran las enormes ojeras rojiblancas que hoy luce la parroquia colchonera por Madrid.

Simeone, entre otras muchas cosas, parece estar enseñando a la afición a gestionar momentos de angustia bajando la vista, mordiéndose el labio y centrándose en el próximo paso. Si alguien mira demasiado lejos, si uno pierde foco y empieza a fabular sobre el futuro, el discurso de Simeone obliga a volver a mirar al corto plazo, a bajar el mentón al recibir un golpe en la visera de la gorra. Simeone tira de la afición encordada que sube hacia la cima, pero no permite a nadie mirar a la cumbre antes de tiempo, sólo al siguiente paso, al siguiente agujero en el hielo que dejó el que va delante.  Si parásemos ahora y mirásemos alrededor el paisaje ya sería precioso, pero alguien al mando de la cordada no permite distracciones. Paso a paso hasta la cima, que nadie mire arriba o abajo antes de tiempo, que nadie tenga la tentación del vértigo o el éxito anticipado. Desde arriba se ve todo más bonito, pero para llegar hasta arriba lo mejor es seguir mirando hacia abajo.


Partido a partido con bolsito y autobús hacia la cancha. Queda mucho y muy duro, lo vamos a pasar mal. Bendita sensación, qué suerte tenemos, oigan. 

miércoles, 12 de marzo de 2014

14 - 8 - 14

A veces, o más bien siempre, está bien ver las cosas desde fuera o al menos escuchar al que lo hace. Es recomendable, sano y revelador ver las cosas desde donde las ve otro, ponerse en el lugar del que no tiene ni el bagaje ni las explicaciones ni los motivos de uno mismo, intentar entender cómo son las cosas desde la perspectiva del otro, del que no piensa como uno, del que no sabe lo que uno, del que no es como uno, del que es diferente o simplemente viene de otro sitio.

Cuando se aplica esta máxima tan saludable a un partido del Atleti como el de ayer contra el Milan, uno repara con una sonrisa en las cosas que a uno le parecen normales, pero no lo son tanto. Cuando uno lleva al fútbol a un par de colegas de trabajo de otro país que nunca estuvieron en Madrid y les recoge en su hotel y les lleva dando un paseo por Ópera, por el Palacio Real, por la calle Bailén a la hora del atardecer y ve que se van parando en todas partes para hacer fotos, uno cae en que Madrid no está tan mal, sobre todo en primavera y hacia las siete de la tarde. Cuando luego sigue camino a pie hacia la Puerta de Toledo y, al ver cómo de todas las calles del barrio van confluyendo aficionados del Atleti con bufandas y camisetas y el ambiente va creciendo, los invitados comentan qué ambientazo, es increíble, todo el mundo lleva algo rojo y blanco, no sabía que en Madrid había esta pasión por este equipo, entonces uno empieza a darse cuenta de lo que tiene.

Cuando uno se toma un par de cañas en un bar de la calle Toledo y empieza a bajar hacia el campo con cada vez más gente en las aceras, cuando uno para en un puesto de bufandas y compra dos rojiblancas del Atleti, de las clásicas, de las de raya gorda y escudo al final, nada de innovaciones, y los invitados se las ponen tan contentos y te piden que les hagas fotos para que las suban a twitter y te dicen que la bufanda lucirá desde entonces en sus oficinas para que las vean todos, entonces uno empieza a caer en lo que realmente está pasando. Cuando hay que abrir camino entre una marabunta rojiblanca para buscar la puerta de entrada al estadio y ve conocidos y se da abrazos y los invitados dicen algo así como joder joder, ¿pero aquí os conocéis todos? ¿sois todos amigos o esto cómo funciona?, entonces uno siente una puntita de orgullo y de alegría que tarda bastante en desaparecer.

Cuando tras el partido uno va en busca de los invitados, al os que no se consiguió entrada en la misma zona por estar el estadio abarrotado, y los ve entre la masa que abarrota el punto convenido y éstos le reciben a uno con cara de asombro, sonrisa de oreja a oreja, grandes gestos de alegría y manoteo que indican madre mía, madre mía, uno sonríe. Cuando los invitados le estrechan a uno la mano y dicen qué partidazo Dios mío, qué ambiente más increíble, que cantidad de banderas y de gente, cuántos niños, cuántas chicas, ni un solo problema, qué maravilla poder venir a este estadio todas las semanas, qué suerte tenéis, a uno le brillan los ojos de alegría por pertenecer a donde pertenece. Cuando los invitados muestran su conmoción por lo que acaban de ver, qué equipazo, es increíble cómo corren, no paran, qué tormento para el Milan, debéis estar orgullosos, creo que aspiráis a mucho más de lo que pensáis, uno traga saliva, sonríe, disimula el orgullo exagerado del momento y contesta:

Partido a partido, señores, partido a partido.
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14

En un partidazo en el que es complicado destacar jugadores, destacó uno. En un equipo en el que es complicadísimo decir partido tras partido quién es el líder, el alma, el ejemplo para un grupo que funciona como una máquina de demolición urgente, resulta que hay uno. En un día de emociones en el que el Atleti jugó estupendamente y la grada lució tan bonita como en los días más grandes, hubo alguien que generó más emociones que el resto.

En un día en el que Filipe Luis volvió a demostrar clase y buen momento y los centrales jugaron con cabeza y contundencia, en un día en el que Juanfran volvió a hacer un buen partido con uno de esos momentos de despiste tan suyos, hubo un tipo que deslumbró a la grada propia y rival y a quien veía el partido por la televisión. En el día en que Mario Suárez tuvo la enésima pájara y perdió varios balones hasta que, gracias a un vendaje rojo a modo de solideo cardenalicio, se vió iluminado por la Providencia y dejó de desesperar a todo el mundo, un compañero de línea hizo su trabajo, el trabajo que Mario olvidó hacer y, de paso, lo que el resto no eran capaces de hacer. El día en el que Koke hizo kilómetros y kilómetros y mostró temple y técnica y Arda marcó un gol de rebote importantísimo, ambos siempre tuvieron a su lado a alguien que terminó por eclipsarles. Incluso en el día en que Raúl García marcó un golazo de cabeza y casi marca un golazo histórico de chilena y Diego Costa marcó dos goles a cuál más bonito, el protagonista fue otro.

El protagonista no fue Sosa, que salió de refresco y mostró más ritmo y clase que en partidos anteriores, dejando buenas vibraciones sobre su progresión. Tampoco fue Diego Ribas, controlón y cómodo en su papel de custodio del balón cuando hay que guardar la bola lejos del fuego enemigo. No fue el Cebolla, rapidísimo al salir desde la grada, mostrando un hambre que deja claro de qué se habla en ese vestuario en el que hay tortas por entrar, algo inaudito en este Club desde hace años.

En el día en el que todo lo anterior ocurrió, en el día de los miles de banderas y el lleno hasta la mismísima, en el día de la goleada a un Milan que, sin ser el mejor de su historia ni mucho menos no dejó de ser el Milan, en el día en el que el Atleti pasó a cuartos de final de la Champions League dejando una imagen de equipo poderosísimo y concentrado, de equipo de tipos comprometidos, de equipo de fútbol que juega como un equipo de rugby, el protagonista fue el que mejor encarna ese espíritu, ese objetivo, ese grupo. El protagonista robó balones, corrió kilómetros, anduvo al quite cuando los compañeros fallaron, hizo pases de gol y casi rompe un poste de un derechazo tras correr 70 metros a ritmo de velocista.

El protagonista, el capitán, es un ejemplo y un orgullo, una suerte y una bendición. El protagonista, el capitán, es de la casa y lleva el 14 a la espalda.

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8

Tras meses de competición, muchas victorias, ninguna derrota y un solo empate, el Atleti entró ayer por méritos propios y por la puerta grande en el grupo de los 8 equipos más en forma del momento en Europa. Uno entre ocho, ahí es nada, oiga.

El Atleti, por el que nadie nunca dio un duro hasta que llegó un tipo con un pelo caprichoso y un segundo con mal genio, muchos kilos, un anorak y un cronómetro, echó abajo la puerta del club de oficiales, se sacudió el polvo y pidió una cerveza fría, clavándole los ojos al camarero con la autoridad del que ha toreado en plazas mucho peores y la sed del que sabe que ahora empieza lo bueno. El Atleti llegó el primero al bar donde sólo caben ocho, aparcó el land rover lleno de barro en el espacio que normalmente ocupan deportivos carísimos con tapicería de cuero y, en vez de dejar las llaves al aparcacoches, se las guardó en el bolsillo junto al alicate mil-usos, un trozo de cuerda y un mosquetón. Ahora queda saber qué pasará en la próxima ronda de la ruleta, en unos días.

Antes, y como credencial para entrar en el exclusivo club, el Atleti colgó en el perchero de la entrada los resultados de ambos partidos contra el Milan, gran campeón europeo en días bajos. El Atleti colgó de una percha un partido solvente con pinta de guardapolvos de trabajo y, de la otra, un partido soberbio con goleada y solapas de astracán; ambas prendas, por cierto, sin ni una sola mancha, sin ninguna acción fea del Milan quien, especialmente en el partido de ayer, se comportó con el señorío del que presumen muchos que no pueden presentar nunca una hoja de partido sin mácula como la de ayer. Ni una mala patada dio el Milan, quien paró el juego a voluntad propia cuando algún jugador estaba en problemas y devolvió caballerosamente los balones, quien llegó a cortar un ataque propio al ver Abate que Diego Costa se había ido al suelo al ejercer de barrera con la zona media de su anatomía. Fuera quizás por influencia del gran Abbiatti, tipo majo y educado, o quizás cosa de las buenas maneras de Seedorf en rueda de prensa, o puede que por tener los jugadores italianos un especial respeto por la figura del Cardenal Primado de Toledo del que ayer se disfrazó Mario Suárez durante un rato, el caso es que el Milan tuvo un comportamiento admirable que desde aquí agradecemos, al igual que reprobamos los insultos vertidos hacia los seguidores milanistas desde parte del estadio cuando estos, al menos aparentemente, no habían hecho nada para merecerlos.

El mismo día, por cierto, en que el Atleti volvía a formar parte del grupo de los ocho equipos más fuertes de Europa, un tipo con el ocho a la espalda demostró ser también uno de los más fuertes que uno ha visto. El tipo del ocho a la espalda, que lleva en el Atleti ya demasiados años como para tener que ganarse el respeto en cada partido, volvió a hacer un partidazo en lo físico y en lo táctico, mostrando una disciplina y un compañerismo para enseñar en las escuelas. Al tipo del ocho a la espalda se le ha pitado, se le ha ignorado, se le ha criticado y se le ha faltado muchas veces al respeto. En ocasiones ha merecido críticas, en ocasiones éstas no han tenido ningún fundamento ni han respondido a ninguna lógica, en algunos casos han sido entendibles, en otros han rozado la crueldad. A pesar de todo eso, el tipo del ocho a la espalda lleva muchos partidos ya siendo importantísimo para el equipo y parece que le quedan otros tantos. Ayer, tras un gran gol y un vice-gol memorable, tras un despliegue físico y un rigor táctico asombroso, tras ser un compañero excelente en un equipo de excelentes compañeros, se retiró al vestuario entre ovaciones estruendosas y escuchando al público, antes tan crítico y a veces tan cruel, cantando su nombre. En ese momento algunos nos miramos con ojos de decir “quién nos lo iba a decir”; otros, con gesto de “se merece este momento, quizás nos pasamos con él”; todos, en fin, con cara de pensar “mucho mejor así, ahí va otro tipo que merece la pena, gracias de nuevo”.

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14

Gracias entre otros al tipo del 14 a la espalda y al tipo que lleva el 8, y gracias también a casi todos los que forman una plantilla corta pero de mandíbula apretada e ideas claras, el Atleti lleva meses dando montones de alegrías, toneladas de alegrías, volquetes de alegrías a sus seguidores. Las alegrías que se lleva la afición no tienen sólo que ver con las victorias y los goles, con el puesto en la clasificación y los títulos, con el buen juego y los lunes de alegría en la oficina.

Además de todo lo anterior, además de los abrazos en la grada y el canturrear el himno inconscientemente cuando se seleccionan pomelos en la sección de frutería del hipermercado, además de las horas pasadas ante el ordenador leyendo blogs y crónicas y páginas de vuelos baratos a destinos futbolísticos, lo que realmente emociona al aficionado es esa sensación de entrega total y conjunta, de comunidad de ideas y de fe ciega en ellas, de compromiso con la causa que todos los jugadores demuestran. El aficionado vibra y casi hace pucheros cuando ve a todos los jugadores basculando a la vez, buscando siempre tapar el hueco que dejó el compañero que salió a presionar al rival, renunciando una y otra vez al ataque por no dejar la espalda desguarnecida, corrigiéndose y animándose los unos a los otros, haciendo lo que cada aficionado haría, corriendo hasta la extenuación como cada aficionado haría, llevando las rayas y el escudo con la dignidad con la que cada aficionado sueña hacerlo.


Y esto, tan sencillo pero tan raro de encontrar, tan simple pero tan increíblemente emocionante, es cosa de otro tipo que, como aquél que arrastra compañeros con su ejemplo, jugó en el Atleti con el 14 a la espalda, entre otras muchas también la última vez que el Atleti se coló en el bar de los ocho más fuertes de Europa. Eso sí, este 14 ahora lleva chaqueta y corbata, aunque sigue teniendo ese mismo genio de mil demonios que parece haber contagiado a esos jugadores y grada que ahora mismo le seguirían, sin dudar, a la mismísima puerta del infierno. 

lunes, 3 de marzo de 2014

De fútbol y veneno


Enfrascados en polémicas sobre si el Club Atlético de Madrid es la más maligna máquina de violencia institucional desde los Jemeres Rojos, parece que a la gente se le ha olvidado una cosa: que el Atleti jugó un partidazo de fútbol que mereció ganar y que terminó en empate con sensación de derrota, y no precisamente por virtud ajena. 

 1. El fútbol 


Nota: lo aquí escrito recoge lo que servidor de Vds vio en el campo, no lo que enseñó o dejó de enseñar la televisión. Es por todos sabido que en el campo se ven cosas que no se ven en la tele y viceversa; es por todos sabido también que el que suscribe relata lo que ve, no lo que le cuentan ni lo que le muestran o le ocultan, algo que, visto lo visto, es bastante recomendable para la salud del hígado. 

El Atleti de Madrid, equipo al que daban por enfermo terminal hace una semana y al que vaticinaban una goleada en contra a manos de los verdugos del todopoderoso Schalke, resulta que pasó por encima durante gran parte del partido al tercer equipo de Madrid, esa escuadra prodigiosa glosada por juglares y poetas de todo el sistema solar que venía lanzada hacia el campeonato de Liga, Copa, Champions, Mundial de Rallies y Nobel de Química según todos los especialistas, popes ortodoxos y odontólogos reputados. De haber tenido el Atleti un pelo más de suerte y una mijita más de banquillo, de haber tenido el árbitro más puntería, más personalidad y más decencia y de haber estado Simeone más vivo en los cambios, quizás habría ganado el Atleti por un par de goles y sin pasar apuros. Pero las cosas no funcionaron bien durante el tramo final y el rival, que tiene gente capaz de meter un gol en media ocasión, terminó por llevarse un empate que celebró como una victoria, como es lógico. Esto, eso sí, no importa demasiado, que aquí lo importante es lo malísimas personas son los del Atleti, que osaron pagar con la misma moneda a un equipo que reclama para sí el estatus de Pegador Intocable, toda una bicoca. 



Salió el Atleti con el equipo que todos los aficionado habríamos alineado, con la defensa de siempre, con la media de siempre salvo Mario (qué remedio) y con la delantera más adecuada para un partido duro, esto es, Diego Costa y Raúl García. Ni un pero podía ponérsele al equipo titular, el equipo que todos los que vemos al equipo todos los partidos habríamos sacado, el equipo más adecuado para un partido duro e importante. 

Salió el Atleti al campo y miró a la grada y vio un espectáculo en rojo y blanco, una grada de dos colores vestida de día grande y fiesta mayor repleta hasta los topes de socios del Atleti, rivales mezclados entre los locales, turistas japoneses y guiris varios, algunos disfrazaditos de carnaval. Y nada más plantarse el Atleti en el campo, el rival forzó un córner, lo sacó de aquella manera, un balón acabó bombeado cerca del segundo palo y el Atleti se llevó un gol. 

- ¿Gol? 
- Sí 
- ¿Ya? 
- Sí 
- ¿Pero ya? 
- Qué sí, oiga, ya, cállese de una vez. 

Gol al minuto dos, como tantas otras veces. Silencio en el Calderón, como tantas otras veces al inicio del partido. Bajón inmediato, como tantas otras veces, casi sin tiempo para sentarse en la grada. 

Pero algo indicaba que las cosas no iban a ser como tantas otras veces. Mientras los visitantes festejaban su más que probable título de campeón de la Vía Láctea y Galaxias adyacentes, Koke cogió el balón, agitado, y corrió al centro del campo. Mientras los rivales se abrazaban y ponían cara de decir jijijiji, esto va a ser coser y cantar, hay que ver qué gracia y qué salero tenemos por Concha Espina, Koke espabiló al equipo y sacó rápido del centro, dándole el balón a Arda y escuchando el pitido del árbitro cuando paraba el partido, algo que al parecer las televisiones no recogieron (aunque sí recogieron las protestas airadas de los jugadores, mire Vd). Uno, que lleva en esto un tiempo, no había visto algo así antes y no conoce exactamente las consecuencias reglamento en mano (y las explicaciones que ha recibido son muy confusas), pero intuye que lo que Koke buscaba es que el árbitro amonestara a los rivales por celebrar más de la cuenta y más lejos de su área, acusados de arañar segundos desde el minuto dos. Uno desconoce si el reglamento indica que en una situación así el árbitro debe parar el partido y esperar pacientemente a que el equipo goleador tenga a bien terminar con los discursos de las autoridades, la traca valenciana y los fuegos de artificio para volver a su campo a pasito de jubilado o si debe sacar unas cuantas amarillas para recordar quién manda, pero sí sabe que lo que Koke buscaba, con acierto, era volver a meter al equipo en el partido, pasar página lo antes posible, recuperar la tensión competitiva a pesar del gol y el jarro de agua fría. Este temperamento de capitán mostró Koke en el minuto 2 y ya no lo abandonaría durante todo el partido, incluso cuando intentaba, agotado, tapar la salida de los rivales hacia el minuto noventa tras uno de los partidos más completos y admirables que uno ha visto al admirable Jorge Resurrección Merodio, Koke. 

Cuando unos minutos después, a pesar de que el rival parecía controlar el partido, un balón llegó en carrera a Diego Costa y éste enfiló el área, la grada se levantó despacio para ver un gol y lo que vio fue uno de los penaltis más claros, si no el más claro, no pitado nunca en el Calderón. Que al Atleti no le piten penaltis en ciertos partidos entra dentro de lo esperado, que no piten uno tan claro resulta casi asombroso incluso en días señaladitos. En el revuelo de jugadores en torno al árbitro voló una amarilla para Arda Turan y se empezó a ver algo que sería la tónica durante el partido: un árbitro tapándose la boca para hablar con los jugadores. ¿Por qué se tapa la boca el juez supuestamente imparcial de un partido de fútbol? ¿Qué dice un árbitro a los jugadores que no pueda ser escuchado por los aficionados? ¿Saben Vds que en los partidos de rugby del máximo nivel internacional los árbitros llevan un micrófono para que absolutamente todo lo que dicen sea escuchado por todo el mundo y grabado por la televisión si hace falta (incluido aquello de Nigel Owens, “esto no es fútbol, ¿está claro?”)? ¿Hay algo que no quieren que sepamos? 

Pasado el sofocón del gol y el ofensivo momento del penalti no pitado, aterrizó el Atleti en el partido y, miren qué cosas para estar difunto, se hizo amo y señor del mismo. Comentaristas y aficionados hablan de un partido bautizado por el entrenador rival (compañero varios años de vestuario de Tassotti, así que de esto sabe) como “violento”, la palabra que más se repite hoy. Sin embargo, en el estadio, sin repeticiones ni cámara super lenta el partido pareció intenso y duro, un derbi a la antigua usanza donde el rival, paladín de la patada rastrera y el dedo en el ojo, campeón de la falta alevosa y el codazo al abrigo del tumulto, rey del escupitajo y la mucosidad proyectada, se encontró con un equipo enfrente que no rehuía ni el contacto ni el choque ni el combate cuerpo a cuerpo. Para sorpresa de la prensa enterradora y de la afición vende-pieles de oso del norte de la capital, era el Atleti el que empujaba, el que corría por dos, el que peleaba cada balón y vendía caro cada centímetro de campo. Que las formas del Atleti pueden ser mejorables en algunos aspectos es algo que no dudamos; que el rival es el menos indicado para dar lecciones de urbanidad y buenos modales es algo mucho más claro; que el juego del y tú más pues anda que tú pues fíjate que tú aquella vez qué es algo que nos aburre soberanamente sí que queda claro, oiga. 

Marcó el Atleti a la media hora de partido gracias a Koke tras jugada excelente de Arda Turan y a esas alturas, una cosa estaba clara: el Atleti era mejor, jugaba mejor, estaba mejor plantado. El Atleti, más fuerte e intenso, ganaba el medio campo a pesar de la frialdad inicial de Mario, muy blando para este tipo de choques, y a pesar también de la sobreprotección arbitral al medio centro rival, tipo mal encarado con querencia a la patada rastrera que intenta disimular su actitud mezquina vistiendo en revistas y anuncios abriguitos de entretiempo de paño inglés mientras mira al infinito con mirada interesante de intelectual de feria. El hecho de jugar el Atleti con un medio centro soso como Mario y de ver cómo el rival podía pegar y pegar patadas sin sanción (hasta 9 faltas claras se contaron desde la grada hasta que el colegiado tapa-bocas tuvo a bien amonestar a su antipático colega de profesión – del colegio tolosarra – disfrazado de jugador) hizo doblemente meritoria la reacción del Atleti y doblemente costoso el llevarla a cabo. Quién sabe si con un gol más a favor y menos necesidad de jugar subido de vueltas, el Atleti habría llegado más entero a los quince últimos minutos. Quién sabe si un medio centro más concentrado y potente habría ayudado también a Koke y Gabi – de nuevo excelente e intensísimo -, Arda y Raúl García –peleón, siempre ayudando a la media y nunca intimidado ni por el rival ni por el proteccionismo arbitral – a ahorrar esfuerzo y limitar kilómetros. Quién sabe, oiga, quién sabe. 

Acababa el primer tiempo, y, después de una buena ocasión de un activísimo Diego Costa, Gabi metió un gol de esos de no olvidar nunca. Cuando todo el mundo esperaba un balón bombeado a los cabeceadores y absolutamente nadie esperaba un tiro a puerta, Don Gabriel Fernandez, Gabi, metió un golazo desde treinta y pico metros que por sí solo mereció darle la victoria al equipo. El portero rival, al que hemos visto grandes partidos en el Calderón con equipos honestos, saltó tarde y mal y pudo haber hecho más en el lance; eso sí, ahora resulta que es cosa suya y no de Gabi que el balón entrara, que ya saben Vds que al final lo importante es que el centro de la noticia sea el que tiene que ser. El caso es que Gabi metió un gol que, por el momento, el rival, el merecimiento y la distancia, recordaremos muchos años y por él, por Gabi, nos alegramos especialmente. 

Si el Atleti apabulló al rival el primer tiempo, lo mismo ocurrió al principio del segundo. En varias ocasiones buscó Diego Costa salidas rápidas y casi consigue marcar en una de ellas, tras un gran pase de Raúl García. Pero tras unos minutos del segundo tiempo en el que el Atleti dominaba y debió rematar el partido, se empezó a notar que el equipo empezaba a perder gas. El rival hizo sus cambios, precisamente los que el Atleti más temía: hacer entrar dos laterales rápidos en lugar de los dos dálmatas de porcelana que adornaban las bandas hasta ese momento. Los cambios, que se producían en un momento en el que el Atleti estaba agotado y que venían a solucionar el error garrafal de salida del rival, hicieron daño. Con dos laterales más profundos, el Atleti se vio obligado a correr aún más, cuando ya había consumido buena parte del combustible. Y ahí el pero a Simeone de la jornada. Es cierto que en el banquillo no había nadie, excepto el Cebolla, que pareciera preparado para entrar al partido a las revoluciones necesarias; es cierto que, siendo eso así, se habría impuesto hacer cambios antes en previsión del bajón físico que el intensísimo primer tiempo hacía esperar. Es también cierto que era difícil decidir a quién quitar, pero el caso es que Simeone no hizo cambios y el Atleti, agotado, quedó a merced del rival, plagado de jugadores de esos que pueden meter un gol en el primer balón que tocan, que consiguió empatar faltando diez minutitos tras error monumental e imperdonable del despistado Mario, fino modelo de pret-à-porter más preparado por lo que parece para imitar a su contraparte en el lucimiento de abriguitos de entretiempo que en el juego subterráneo. 

Diez minutitos, diez, le faltaron al Atleti para ganar un partido que mereció haber ganado quizás por un par de goles. Al Atleti le faltó fuelle en el último tramo, un medio centro concentrado y un banquillo haciendo cambios (o una plantilla que lo facilitara); le sobró también un árbitro malo, un par de despistes en defensa y una chispita, una pesetita de suerte. Y, aun así, ahí estamos, dolidos pero orgullosos tras un partido excelente de ese equipo al que hay tantas ganas de enterrar y tan pocas fuerzas para hacerlo. 

2. Lo que no es fútbol (o quizás sí) 

El buen partido del Atleti hasta el bajón físico y el mal partido del rival salvo los primeros y últimos minutos del partido, la buena actuación de todos los jugadores del Atleti (excepto Mario, quien aun así tuvo un rato bueno) y el mal partido de las estrellas visitantes, el choque entre el primero y segundo de la liga con trayectorias supuestamente opuestas en un ambiente de partido antiguo y grada colorida han quedado en segundo plano, sepultados por unas palabras pronunciadas por el entrenador rival, quizás buscando el efecto conseguido: el Atleti hizo un partido violento, dijo el entrenador rival, y no se habla de otra cosa, oiga. 

El Atleti, en efecto, tuvo algunos gestos feos. Los recogepelotas estuvieron antipáticos, retrasando la entrega del balón cuando el equipo iba ganando; Diego Costa pareció tirarse más de una vez, Godín estuvo peleón en los corners, Raúl García se quejó continuamente de codazos y demás, desentendiéndose a veces del juego, el Mono Burgos perdió los nervios y casi se come al árbitro con seis o siete señores colgando de la espalda. Alguno pensará que el Atleti jugó demasiado al límite del reglamento, que hubo entradas a destiempo, que buscaron tobillos y rodillas; otros no vimos en el campo nada más que un partido jugado como siempre se jugaron los derbis, en la época en la que la prensa contaba lo que veía, sin tomar partido por anticipado. Unos vieron en el campo a Pol Pot vestido de rojo y blanco frente a un equipo caballero, otros vieron algo más parecido a la verdad. 

¿Y el rival? Dos problemas encuentra el que suscribe para opinar sobre esto; el primero, el no ser objetivo, como pueden imaginar; el segundo, haber visto el partido sólo en el campo, sin cientos de repeticiones. Y aun así, lo que el que suscribe vio en el campo es lo que se vio en el campo, ni más ni menos. Y lo que se vio en el campo, además de los referidos puntos turbios de la actitud del Atleti, fueron dos equipos intensos, uno más protegido por el árbitro que el otro. Lo que se vieron fueron constantes provocaciones por parte de un par de jugadores rivales (ya imaginan quienes, pero no será aquí donde se les nombre) y una protección casi obscena a un tercero quien, cómodo en su torre intocable, se dedica partido tras partido a dar patadas en el campo y lecciones de ética en la zona mixta. Lo que se vio fue un arbitraje claramente negativo para el Atleti, un árbitro poco imparcial que se zampó un penalti clarísimo y varios dudosos, que hablaba con la boquita tapada para decir secretos a unos y otros pero nunca para sacar tarjetas a según qué jugadores, agotando su credibilidad en pocos minutos. Lo que se vio fue a un portero rival perdiendo tiempo desde el minuto 2 (¡el 2!) y a unos recogepelotas haciendo lo propio en el segundo tiempo, algo feo y reprochable. Se vio a jugadores exagerando caídas, y en especial un jugador rival fingiendo agresiones a tres metros de un árbitro sin que éste hiciera nada, el mismo jugador por cierto que hacía gestitos desafiantes a Raúl García tras un regate, el mismo que celebró un gol de su equipo encarándose al fondo Sur en la celebración más desagradable que uno recuerda en estadio Vicente Calderón. 

Y he aquí la pregunta clave: ¿qué hacer ante un equipo así? ¿Qué se debe hacer ante un grupo de jugadores que ha hecho de la provocación y las patadas, las burlas y el juego sucio su bandera desde hace años? ¿Deben los equipos locales rehuir la pelea, entregar las llaves de la ciudad y hacer un pasillo de honor ante un grupo de jugadores sobreprotegidos y provocadores que se ríen de uno en su cara mientras el árbitro mira hacia otro lado? Ante un estilo rufianesco, ¿debe uno comportarse como un caballero y quedar como un imbécil o está legitimado para plantar cara? ¿Es de recibo que se proteja al que ofende y se denuncie al que se pone a su altura para no quedarse con cara de tonto? 

Pero hoy, naturalmente, no se escuchan estas preguntas en los medios. Se dice que el Atleti planteó un partido violento, algo que también habría dicho el que suscribe de haber sido entrenador y haber hecho jugar como lo hizo al equipo multimillonario embalado hacia todos los títulos universales que naufragó frente a un equipo aguerrido al que había dado por muerto unos días antes. La prensa habla de violencia y soslaya de qué lado viene el juego sucio desde hace ya unos años, evita pronunciarse sobre si es normal recoger tempestades cuando se han sembrado vientos. La prensa sabe lo que va a pasar porque lo lleva viendo cinco años y, aún así, se rasga las vestiduras si hay alguien que osa plantar cara. La prensa azuza el fuego y se asombra del humo, qué cosas tiene la prensa. Aunque lo peor de todo no es lo que la prensa dice, es que hay muchos que, encima, se lo creen que, al final, es de lo que se trata. 

Pero luego, tras el cabreo al final del partido, el asombro al leer las declaraciones del entrenador rival y la irritación por ver la forma en que se enfoca el tema, uno escucha a Miguel Ángel Rodriguez MAR haciendo suyas las opiniones de la prensa más abiertamente parcial y declarando abiertamente su apoyo al tercer equipo de Madrid y entonces sí, entonces le queda a uno totalmente claro que la razón está de nuestro lado.