Hay una pregunta que todos Vds han escuchado alguna vez, quizás más de una,
quizás decenas de veces como en el caso del que suscribe. La pregunta es simple
y casi idiota y no es fácil de responder, tenga buena intención o no el que la
hace. La pregunta, ya lo imaginan Vds, es la siguiente: “¿cómo es posible que, siendo de una ciudad en la que hay un equipo que
gana casi siempre, sea Vd seguidor del otro?”. Como si pudiéramos elegir,
oiga, como si no hubiéramos nacido así.
La pregunta en
cuestión, digna en efecto de Ernesto Sainz de Buruaga, casi nunca merece
respuesta. La pregunta no merece respuesta si el interpelado es un científico profesional
del dato y la estadística, campeón de cálculo y de la media ponderada, porque
la respuesta desmonta la propia pregunta; eso sí, resulta cansado sacar muchos
datos ante alguien que claramente no quiere oír más que lo que él mismo ha
decidido de antemano, con lo que lo normal es que los matemáticos obvien la
parte de la pregunta que más molesta, esto es, lo de que “gana casi siempre”, y
se dediquen a otra cosa más agradable como por ejemplo podar los geranios. La
pregunta no merece desde luego respuesta cuando el que pregunta no busca una
explicación sino escucharse a sí mismo en voz alta, blandiendo triunfante un
argumento que le parece demoledor ante alguien que, normalmente, reacciona
moviendo la cabeza de lado a lado con expresión de caramba, otro que no
entiende nada de nada. La pregunta tampoco merece una respuesta cuando el que
pregunta no busca una explicación sino una ocasión para intentar quedar por encima
del preguntado, poniendo para ello esa sonrisilla impostada de medio lado que
tan bien conocemos todos y tanto nos irritaría si la cuestión y el sonriente merecieran
el honor de llevarnos a la irritación.
En otras
ocasiones, incluso cuando el que pregunta lo hace de buena fe, muchas veces tampoco
merece respuesta porque ésta sería demasiado compleja. ¿Cómo explicar lo que es
obvio para muchos y totalmente incomprensible para el resto? Sólo alguien que
no entiende nada de esto - bien por no tener interés alguno en la
dimensión social del fútbol o bien por carecer
de la capacidad suficiente para procesar una respuesta distinta a blanco o
negro - es capaz de preguntar una cosa
así, de igual forma que sólo se preguntan por qué no se acaba con los problemas
económicos imprimiendo más papel moneda aquellos incapaces de entender la respuesta
que daría un economista, incluso si este tiene contrastados conocimientos, reconocimiento internacional y
grandes gafas de pasta.
La pregunta que
no merece respuesta no es empero inútil, porque sirve para dejar claro en qué
lado no ya de la filiación deportiva sino casi de la forma de entender la vida
se encuentra el preguntador. Pensar que el triunfo a cualquier precio es el
único criterio válido para hacer una elección ya viene a decir mucho del
preguntante, de su personalidad y del resto de posturas ante las cosas de la
vida. Muchas veces el que aplica este criterio también compra los discos que
más venden por el mero hecho de ser populares, afirma que sus películas
favoritas son las más galardonadas para así ganar las discusiones, habla con
tópicos irrefutables y opiniones obvias compartidas por todo el mundo, prefiere
la autopista a la comarcal con vistas, subir
a la cima por la carretera en vez de andando por el camino, el Nesquick
al Colacao, el dinero al tiempo. El que
estas cosas pregunta muchas veces no atiende a razones, muchas veces no
entiende las razones, muchas veces zanjará las discusiones que va perdiendo con
chistes fáciles y miradas a todos salvo a aquél que le va poniendo en un
aprieto ante lo simple de sus argumentos. Muchas veces acatará con sumisión las
cosas que le vienen dadas desde más arriba para evitar problemas y despreciará
en público a los que se rebelan, a menudo por no ser capaz él mismo de
rebelarse aunque debiera.
El preguntado
también es posible que pueda ser encasillado sólo por el hecho de ser objeto de
la pregunta de marras: alguien a quien se espera capaz de explicar eso que a
algunos nos parece tan simple y a otros tan incomprensible, tiene muchas
papeletas para comportarse según ciertos patrones en otros casos. El aficionado
del Atleti normalmente indagará en cosas diferentes al número de copas o
presupuesto para determinar sus simpatías por otros equipos con los que no le
une nada. El seguidor atlético que se muda a una ciudad en la que hay más de un
club de fútbol investigará cuál de los clubes locales tiene una hinchada
parecida a la nuestra, cuál es el carácter de su masa social, su origen, su
forma de entender las cosas, su historia. Valorando todas estas cosas, el
aficionado del Atleti elegirá a aquél que mejor le caiga y quien más le
recuerde a su equipo, independientemente de si gana títulos continuamente o no,
mirando un poco más allá del escaparate de la tienda oficial del club. Así,
unos decidirán tomar como equipo afín a Racing de Avellaneda, a Atlético Junior
de Barranquilla, a Rosario Central, St
Pauli o a cualquier otro equipo con personalidad diferente. Rara vez se verán
identificados con los equipos teóricamente dominantes de cada sitio, los que
congregan a las fuerzas vivas en el palco, los favoritos de aquellos al os que
le importa un pito el fútbol, los que reclaman para sí la victoria a todo
precio incluso a pesar de las reglas, la atención mediática, el triunfo por
aplastamiento inmerecido, la adulación constante. Seguidores con querencia a
hacer la preguntita se limitarán muy probablemente a ver cuál es el equipo que
más veces gana para, así, abrazar con
devoción los colores del triunfador y tener un motivo para hacer burla los lunes
a los seguidores del otro, sin darle demasiadas vueltas a las cosas.
Estos días calla
el aficionado que pregunta sandeces con media sonrisilla intencionada; no será empero por mucho tiempo, ya que,
conociéndoles, en breve hablará de fichajes, de chequeras, de en el fondo me alegro porque lo importante
es que gane un equipo de Madrid y otras zarandajas bien conocidas por estos
lares. Mientras tanto, el que haga esa pregunta con buena intención quizás
encuentre estos días algunas respuestas. Quizás viendo el partido del viernes
17 de Mayo de 2013, desde ahora festividad de San Diego Pablo, patrón del
Resurgimiento Deportivo y Capilar, a
algunos le quede claro por qué somos del equipo que somos y por qué no
podríamos ser de otro.
Aquellos que no
sepan de qué va esto y que hayan visto la final quizás se expliquen por qué
somos precisamente de ese equipo rojo y blanco que lleva a un fondo 35.000
personas que creen ciegamente que va a pasar lo contrario de lo que piensa el
resto de la Humanidad. De ese equipo cuyos seguidores no sólo creen en aquello
que a todos les parece una locura, sino que lo demuestran cantando durante 120
minutos sin descanso sin que nadie tenga que decirles qué hacer, sin necesitar un
speaker que caliente la velada, sin más razón que la obligación auto-impuesta
de ser parte de lo que va a ocurrir. Del equipo de los que se dejan los ahorros
y la garganta por algo en lo que la mayoría cuerda nunca arriesgaría, por algo
que la masa nunca haría, por una apuesta para la que nadie en su sano juicio pondría un duro. Del
equipo cuya afición va al estadio a ayudar a los que les representan en el césped,
a pasar juntos el trago si la cosa sale mal y a recordar, homenajear y no
fallar a los que se fueron sin haber visto el partido que les habría hecho un
poco más felices antes de dejarnos solos, acordándose de ellos cada minuto de
la celebración. Del equipo cuya afición
haría exactamente lo mismo otras mil veces aunque las 999 anteriores se hubiera
perdido, qué más dará eso en el fondo.
Y, si con eso no le
basta, quizás les valga con mirar a una grada y a otra justo al final del
partido. Aquél que no sepa nada probablemente entienda por qué somos del Atleti
viendo una grada totalmente llena, la misma grada que tantas otras veces permaneció
igual de llena y ruidosa a pesar de que el partido terminó con derrota, justo
enfrente de otra grada vergonzosamente vacía a los cinco minutos de acabar una
final. Y, en caso de que no entienda aún por qué somos de este equipo rojo y
blanco que tantísimas alegrías nos lleva dando desde que nacimos, lo que le
quedará meridianamente claro es por qué no somos, ni seremos, ni podríamos ser nunca
del otro.