Se nos ha acabado el Mundial de rugby y uno no sabe muy bien qué va a hacer con su vida a partir de ahora. Se nos acaban los himnos y los partidos maravillosos, se nos acaban los rucks y las cejas rotas, las carreras suicidas en dirección al avispero, las explicaciones de los árbitros, las gradas sin incidentes, los gestos de respeto y gallardía, los botes irregulares y los malabares en plena carrera. Se nos acaba de acabar el Mundial y ya estamos mirando el calendario para ver cuándo hay test matches, cuándo empieza el 6 Naciones, cuándo se juegan los siguientes partidos de ligas nacionales, internacionales, profesionales, amateurs.
Este Mundial en el que nos ha asombrado Argentina, nos ha
alegrado la vida Japón, nos han defraudado ingleses y franceses (como en casi
todo), nos ha asustado Georgia y nos han maravillado los amateurs uruguayos
terminó por todo lo alto, con un partido monumental. All Blacks y Wallabies,
enemigos eternos que disputan el derby del Sur desde que hay rugby y, por
tanto, alegría de vivir, jugaban en Twickenham con medio planeta mirando y no
defraudaron. Con los neozelandeses de claros favoritos y los australianos como
justos finalistas a pesar de que nadie daba tanto por ellos al principio del
Mundial, en Londres se vio un partido precioso.
Nueva Zelanda ganó justamente un partido que dominó en su
mayor parte, en el que tuvo algo de suerte a favor y en el que no perdonó
cuando tuvo ocasión de finiquitar la faena. Dominadores en el primer tiempo, los All Blacks se encontraron con
la temible tercera línea australiana de Hooper, Fardy y Pocock, el último
quizás el hombre del Mundial y el protagonista de una variante táctica que
posiblemente empecemos a ver más a partir de ahora: la desaparición del 8
grandote y su sustitución por un flanker más dinámico y ligero, rapidísimo a la
hora de llegar al breakdown y especializado en garantizar o recuperar la
posesión cuando el balón va al suelo. Pocock y Hooper han dado una lección todo
el Mundial y lo mismo hicieron en el primer tiempo de la final, recuperando
balones que los All Blacks habían llevado hasta su 22 con la rapidez que los
partidos previos prometían.
Al dominio de los All Blacks en el primer tiempo se sumaron
un par de desgracias australianas: dos lesiones, una de esas de las que duelen
al ver en la televisión cómo se troncha una rodilla, y un ensayo neozelandés en
el que pareció haber un claro pase adelantado que no puso en duda ni el árbitro
ni el TMO. Con más ventaja de la que parecía justa en contra, Australia empezó
la remontada y ensayó un par de veces, desaprovechando en parte una
superioridad por sin bin (quizás exagerado) del enorme Ben Smith.
Pero con Australia a tiro de golpe y cuando los nervios
empezaban a hacer presa en los neozelandeses, emergió como un gigante la figura
de Dan Carter. Primero con un drop lejano y bajo presión, y después con un
golpe lejanísimo transformado tras una indisciplina australiana en la melé,
Carter decantó el partido en el momento preciso como hacen los grandes. No
contento con esto, los diez últimos minutos fueron un recital de placajes del
apertura neozelandés, una faceta en la que no había destacado nunca especialmente.
Con Carter a nivel de estrella, con McCaw hiperactivo y omnipresente, con Ma’a
Nonu ensayando a la carrera tras offload (una vez más) de Sonny Bill Williams y
con Conrad Smith demostrando ser un jugador con inteligencia de entrenador, los
All Blacks se llevaron su segundo Mundial consecutivo y, posiblemente, el
título de mejor equipo de todos los tiempos.
Lo malo de todo esto es que ahora nos queda volver al fútbol
y sus gradas histéricas y maleducadas, sus jugadores simulando agresiones, sus
árbitros sobreactuados y arrogantes, sus estrellas vestidas de Halloween
interrumpiendo a un colega de profesión, sus halagos desmesurados hacia
jugadores más pendientes del cutis que del respeto, sus oleadas de críticas y
defensas infantiles en las redes sociales cada vez que ocurre una nimiedad. Nos
queda ahora un tiempo en el que nos acordaremos de los pasillos que las
estrellas hacen a los equipos amateurs reconociendo su valor a pesar de los
tanteos abultados, de los jugadores que afean a sus propios compañeros cuando
celebran de forma irrespetuosa, de las estrellas mundiales que acatan sin
discusión cada decisión del árbitro, de las explicaciones pausadas y
convincentes de los árbitros cada vez que pasa algo serio. Nos acordaremos, claro está, de Nigel Owens cada
vez que veamos a Undiano Mallenco.
Vénganse arriba, ya queda menos. Eso sí, que vuelva pronto, por Dios.
___
Detecta uno entre la parroquia atlética un enfado grandísimo
con Simeone por lo ocurrido en el partido de Coruña. Simeone tira el partido,
Simeone se acobarda, Simeone no sabe gestionar partidos que habría que matar
antes. El empate en Riazor ante un Depor que, ya de paso, no está funcionando
mal (14 puntos, a 6 del Atleti, a 1 del Valencia, 2 por encima del Sevilla, 5
por encima de la Real Sociedad) ha hecho, una vez más, mutar la opinión del
aficionado rojiblanco tras la confianza que dio el buen partido ante el
Valencia. Cosas de la afición, cosas de los cambios de opinión, cosas,
posiblemente, de las redes sociales en las que se vuelcan en veinte segundos
opiniones que se tardan dos segundos en formar y ninguno en repensar.
En Coruña el Atleti hizo un primer tiempo excelente con
Tiago, de nuevo, de capitán general. El equipo que salió parecía el que
hubieran firmado gran parte de los aficionados, exceptuando si acaso la
presencia de Jackson, de quien hablaremos. Así que salió el equipo que parecía
lógico que saliera, con Carrasco entre otros, y el equipo jugó durante todo el
primer tiempo al buen nivel del partido anterior. Por tanto, uno diría que
hasta ahí todo en orden: pocos aficionados habrían puesto en duda lo realizado
hasta el minuto 45 salvo la incapacidad del equipo para cerrar definitivamente
el partido antes del descanso, como
ocurriera con el Valencia: hay veces que el Atleti debería hacer presa en un
rival que sangra y, sin embargo, deja que la herida cicatrice. Godín pudo
marcar de un cabezazo estupendo, pero no fue así; un poco más de suerte en ese
lance y un poco más de acierto de Giménez hacia el final del partido y quizás,
haciendo lo mismo, el equipo habría terminado llevándose tres puntos con
cero-dos y la gente que refunfuña andarían más tranquila con el Cholo.
Entonces, ¿qué pasa en el segundo tiempo? A diferencia del
expertísimo público analista de las redes sociales, uno no lo tiene claro y
baraja varias teorías. ¿Fue Simeone quien ordenó que el equipo se echara atrás?
Es posible. En otros partidos hemos visto que el Atleti se echaba atrás en los
segundos tiempos tras marcar un gol en el primero; de hecho, es algo bastante
común en el Atleti que no debería sorprender (quizás sí irritar) al aficionado.
Simeone gestiona bien los partidos defensivos y de hecho se diría que el equipo
está construido de atrás adelante, con cuartos traseros poderosos y sólidos que
sujetan todo el entramado ofensivo, desde la sala de máquinas a los pitones. Es
común oír hablar al aficionado de lo mal que lo ha pasado el último tramo de
partido con el equipo metido atrás, tan común como escuchar eso de que los
jugadores están mucho más cómodos en esa situación que los aficionados: se
diría que los centrales del Atleti solucionan con calma y solvencia cada jugada
de esas que pone el corazón en un puño al aficionado en cuya retina permanecen
sin borrarse los tiempos en los que cada pelota lateral era un peligro, en el
que los balones botaban por el área pequeña sin dueño a tres minutos del final,
en el que centrales y porteros tenían graves problemas de comunicación y hasta
se intuían deficiencias auditivas, cognitivas e incluso afectivas.
Así que sí, es posible que Simeone, como tantas veces,
echara el equipo atrás. No nos extrañaría que así fuera y de hecho nos
parecería normal: lo ha hecho decenas de veces y casi siempre le ha funcionado
bien, hasta el punto de haber convertido la defensa estanca y hermética de los
últimos tramos de partidos en parte fundamental de la personalidad del equipo. Si
uno echa la vista atrás recuerda muchos partidos terminados así, y un resultado
más que positivo en muchos casos, sobre todo fuera, en liga y contra equipos
teóricamente menores. Esto es, Simeone echa al equipo atrás en muchas ocasiones
porque en casi todas esas ocasiones ha tenido éxito, no para molestar al
aficionado medio. ¿Por qué entonces cambiar algo que a medio y largo plazo ha
probado ser un recurso valiosísimo? ¿Para irritar a los afcionados nerviosos? ¿Para provocar a la grada? ¿Para contentar a los críticos de bar? No
nos pega en Simeone. Lo que parece es que Simeone echa el equipo atrás porque le funciona.
Hay sin embargo una cosa que choca con esta posibilidad en este partido concreto: Simeone
dice que el equipo se echó demasiado atrás, como si su deseo hubiera sido otro.
Si Simeone ordenó echarse hacia el área propia, denunciar que el equipo hizo precisamente lo
que él ordenó sería una traición enorme hacia un grupo de jugadores con los que
Simeone cuida especialmente el equilibrio y el respeto. Podría ser, claro, y
seguro que algún parroquiano de una taberna de Valladolid lo tiene claro, pero
resultaría extraño que Simeone arriesgara el ambiente del grupo por justificar
un empate en Riazor. Da la impresión de que el equipo se echó más atrás de lo
que Simeone hubiera deseado, aunque, naturalmente, cabe también la posibilidad
de que Simeone fuera una serpiente traidora a los suyos y no lo hubiéramos
sabido hasta ahora.
La impresión que uno tiene es que el equipo se echó atrás él
solito, y además se le puede encontrar la lógica al movimiento. Por un lado, como hemos comentado, la táctica le ha
funcionado al equipo en multitud de ocasiones, con lo que por qué no hacer lo
mismo que tantas veces facilitó la obtención de puntos limitando el desgaste.
Por otra parte, el equipo venía de hacer un primer tiempo fantástico basado,
sobre todo, en el desgaste del medio del campo. El medio del campo, que ya es
talludito, tiene que jugar el martes en un campo helado tras ocho horas de
viaje y volver al día siguiente, y todo ello sin demasiado recambio de
garantías. Si el medio campo contara, como ocurría con otras alineaciones, con
el apoyo constante en la presión de los delanteros, quizás podría desgastarse
menos y llegar a la última media hora con más fuelle y ganas de presionar
arriba. Si los delanteros tuvieran más casta y recorrido, quizás la idea de
quedarse atrás y salir al contraataque sería una forma brillante de cerrar los
partidos, pero no parece que sea el caso. Por último, el Depor que va en el pelotón que busca la Europa League (está
a dos puntos) jugaba en casa y apretaba, que son cosas que pasan en el fútbol.
Y es que, incluso haciendo un mal segundo tiempo, incluso con
el Depor echado arriba y jugando sin delanteros y con un medio campo cansado, el
Atleti empató por un detalle. Giménez falló un balón de esos que nunca falla y
que, pensamos, no volverá a fallar; Giménez, dicho sea de paso, se ha ganado
con actuaciones brillantes y valientes el derecho a fallar de vez en cuando,
incluso a regalar algún punto. Menudo es Giménez, oigan, a ver si el chaval no
va a poder fallar una de cada trescientas. Si Giménez no falla, eso sí, el
Atleti habría ganado un partido por oficio y peso específico, seguiríamos
metidos en la cabeza de la liga y la gente consideraría al Cholo un estratega
de primera. Y eso que, piensa uno, el Cholo tiene un par de cosas que mejorar.
La primera cosa mejorable está en la delantera, es colombiana y se llama Jackson.
Jackson, que está destinado a ir a más, no funciona ni parece tener ganas de funcionar.
Lento, despistado y poco combativo para lo que nos tenían acostumbrados los
nueves que le precedieron, nos está haciendo echar de menos a Mandzukic y su pelea incansable,
quizás torpona, quizás sobreactuada y malhumorada y quizás no apta para este
equipo. Pero Jackson, que muestra a veces detalles de calidad, muestra también casi
todo el tiempo detalles de blandura y despiste, de desapego. Cuando hace pareja
con Griezmann y éste tiene uno de sus cada vez más frecuentes partidos sin
protagonismo, la delantera directamente no existe: sólo ayuda a la presión alta
un rato del primer tiempo y si el equipo se repliega y le toca aguantar como en
Coruña o San Sebastián, no aportan al contraataque lo que aportaban otros. De
paso, la presencia constante de Jackson en el once inicial está desactivando a
Torres, quien sale presionado hasta el extremo, acelerado, impreciso e
incómodo, lejos del Torres de hace bien pocas jornadas, el que marcó al Barça y
reactivó al equipo en Eibar, el que aportaba como mínimo el trabajo y la furia que
no aporta el colombiano.
El otro punto a mejorar para el Cholo es recuperar esa
mentalidad fiera y casi suicida del partido a partido. Quizás porque los años
pasan, quizás porque se ha perdido el efecto sorpresa de un posicionamiento
nuevo que ahora comparten otros equipos, el Atleti tiende a sestear en partidos
menos complicados, incluso a perder el pulso del rival en partidos que se
complican, como el día del Benfica. Puede ser cosa de los nuevos, aún no
impregnados del código samurai de los que ganaron la liga, o bien la propia
autogestión del esfuerzo de algunos jugadores que acumulan muchos minutos, pero
el caso es que se echa de menos esa actitud de Grupo Salvaje que el Atleti
tenía hace un par de temporadas y que todos sabemos que es fácil de mantener.
Dicho esto, el Atleti sigue en plena pelea tras haber
perdido dos puntos tras un fallo tonto de un jugador magnífico. En un clima
normal, esto no sería importante ni provocaría el rasgar de vestiduras y
rechinar de dientes al que la experta afición virtual es tan aficionada. Más
preocupante es un delantero despistado y un clima general de reserva de
esfuerzos, pero es más fácil, cómo no, creerse más listo que Simeone y leerle
la cartilla táctica. Esperemos a ver qué pasa.
3 comentarios:
Perdón, pero la h de halago se ha perdido. Sorry
gracias pero no lo veo
el teclado habla inglés, así que puede haber más gazapos que no encuentro. Lo siento
Pues nada, Maestro, que sigan rasgándose las vestiduras porque hemos empatado a cero en Mongolia. Menos mal que no se pueden hacer pañoladas virtuales, porque la "afición" atlética en las redes sociales parece Mestalla, está llena de petardos.
Publicar un comentario