Domingo 29 de Octubre de 2006. Hacía buen tiempo, se veía a la gente contenta tras diez días de lluvias continuas, las terrazas estaban llenas de aficionados al vermouth y la temperatura era sorprendentemente buena. Al filo de las 23.00, llegó el Atleti y lo echó todo a perder.
Llegaba el Zaragoza, un equipo que funciona y que sugiere buen fútbol. Antes del partido había un ambiente sorprendentemente bueno, que uno achaca al fin del arresto domiciliario que la lluvia ha impuesto a los madrileños durante los últimos días. Más gente de lo esperado, más ruido de lo esperado. El Atleti se jugaba el seguir en la brecha, pero alguien se olvidó de decírselo a los jugadores.
Salió el Atleti al trote por la boca del vestuario y el público estalló en vítores. Así recibía la maternal afición colchonera a los protagonistas del esperpento del pasado martes contra el Levante. Paradojas de la vida: cuando el Atleti era el Atleti, un cero-uno en casa contra un recién ascendido conllevaba sin ningún género de dudas un recibimiento a tomatazos en el siguiente partido como local. Ahora se les recibe con papelitos y volteretas y cualquier día baja una señora y les peina. También los recibieron con unos aplaudidores que una empresa de seguros deja en los asientos cubiertos de mugre para que la hinchada, loca de contenta porque al fin le dan algo gratis, los agite y haga sonar. Para esto ha quedado el estadio, para que el Club haga unos eurillos llenando de papeles los vomitorios, sin que haya nadie que se preocupe de expulsar a los mercaderes del templo. Digo a los mercaderes, porque a los de “Peineta NO” bien que les echan en cuanto sacan la pancarta.
Empezó el Atleti con hasta ocho jugadores defensivos, confiando en Galleti, Torres y Bravo, un novato, para llevar todo el peso del ataque. Precisamente este último fue de lo mejorcito del partido, y creo que gracias a un único factor: tenía ganas de agradar, cosa que no se ve en todos. La grada empujaba, protectora y leal, y el equipo tenía una cierta tensión que invitaba al optimismo. Mucho no jugaban, no, pero tampoco dejaban jugar al Zaragoza. César hacía paradas de mérito y cabriolas exageradas a partes iguales, y sólo por su culpa y por que Luccin remató a la publicidad un balón claro, acabó el primer tiempo en empate.
El segundo tiempo fue otro cantar. El Atleti se fue desfondando (hay jugadores que llegan a los últimos quince minutos sin fuerza alguna) y el Zaragoza, animándose. Para marcar, el Atlético (como cualquier equipo) necesita a alguien que pase el balón a los de arriba y Aguirre parece confiar en Jurado para eso. No sé yo. Salió por Costinha y se desmoronó el armazón del centro del campo. Cuando un jugador como Costinha tiene tanto peso en un esquema, malo. Luccin ocupó su lugar y lo hizo con ese trote sin compromiso tan suyo, Maniche se desfondó finalmente y los jugadores del Zaragoza escucharon desde el banquillo ese grito que tanto nos gusta a algunos: “¡Barra libre!”. Mientras, Torres y Agüero, una vez más, veían de lejos un partido que se jugaba con un balón que nunca vieron de cerca. A tres minutos del final Seitaridis se hace daño… ¿Aprieta los dientes y aguanta hasta el final del partido, aunque duela, como hacían antes los jugadores? ¡No! A la banda a que le den agua del Carmen. La afición se preguntaba si no hubiera sido mejor fichar a un troyano. El resto lo saben ya ustedes. Pifia defensiva, gol de medio rebote del Zaragoza a dos minutos del final, tres puntos que vuelan una vez más, otro nefasto partido en casa y todos con cara de tontos (bueno, no todos).
Los aficionados buscan entonces excusas, una vez más, para este enfermo vestido a rayas al que venimos a ver siempre que hay día de visita. Manido el tema del árbitro, agotadas las excusas de los entrenadores, apurado hasta el poso el tópico de la mala suerte, la hinchada rebusca en pos de algo que pueda justificar el descalabro: que si Leo Franco no salva un punto desde hace tres años, que si Valera sale poco tiempo (las dos las he oído yo, doy fe), que si el aspersor de Indy... Salen incluso nombres del pasado, engendros que turban los recuerdos: los nombres de Richard Núñez, Njegus y hasta Rodolfo Dapena aparecen en boca del irritado abonado. La gente busca y rebusca y sólo encuentra motivos insuficientes, como el que encuentra migas y botones entre los almohadones del sofá cuando lo que en realidad busca es el mando a distancia. Mientras tanto no repara en el verdadero problema que, insolente, se muestra a todos desde el centro del palco, tan ufano. Y ahí sigue, invisible a la masa, ordenando que quiten pancartas, que fichen cortinas de humo, que tasen solares. Y así nos va. Y así nos irá, a este paso.
1 comentario:
!Rodolfo!
Podría decir que se me había olvidado.
Pero mentiría.
No se me ha olvidado.
Y pensar que mi primer "3" fué Isacio.
En fín...
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